30 de agosto de 2015

Bizcocho casero.

Como todos los días desperté en mi casa de A Coruña y bajé a desayunar al piso inferior de mi duplex.
Ya sentado, observé con extrañeza que la disposición de la cafetera y  los cacharros era distinta. Pero...todo parecía diferente: Los muebles, las sillas, los armarios...
Sin embargo, al mismo tiempo me resultaba familiar. En ese momento oí la voz de mi madre, que decía: "Acaban de traer la leche fresca, ya sabeis que hay que dejarla hervir tres veces antes de consumirla". "También tenéis bizcocho", señaló.
Yo, anonadado, respondí: "Claro, mamá".
"Bueno Kiko, espero que pesqueis mucho Antonio y tú, pues os tengo reservado el primer plato. No me falleis".
Todo era poesía en mi madre, ya que había fallecido hacia cuatro años".
Sin embargo, ahí estaba. Y tremendamente jóven.
"Cómo duermen tus hermanos", dijo mi rejuvenecido padre, quien irrumpía en la cocina tras regresar del madrileño pueblo: Becerril de la Sierra.
"Aquí te dejo tus "Joyas Juveniles Ilustradas"", añadió don Javier.
"Voy a darle instrucciones a Faustino para que riege las hortensias antes de que empieze el calor fuerte", añadió mi paterno.

Y fué en ese momento cuando comprendí que todo había sido un sueño  tardío.
Pero...Yo quería leche fresca hervida tres veces, con toda su nata.

Kiko Vacanillas.

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