10 de agosto de 2015

Mi vida como Yasmina

Mohamed era su verdadero nombre. Y a mí me cautivó. Yasmina Khadra era su pseudónimo, para evitar la represión del régimen argelino.
Quedaría mejor decir que me serví un wisky. Pero la verdad es que tomé mientras  leía un batido de plátanos con galletas.
Con toda una suerte de matices narraba el autor las corrupciones e injusticias del régimen argelino.
Caí en un intenso estado espiritual.
Fue entonces, mientras contaba los recuerdos juveniles de la institución castrense en la que pasó su juventud, cuando se produjo el fenómeno: Yo era Mohamed.
Y sentí como propios de mi nuevo ser los amores, ilusiones, desencantos y desesperaciones que cada vez leía con más fruición.
El país estaba sumido en una guerra civil, recordé. Y yo vivía en un colegio militar. Con todos los miedos y juergas que ello conlleva.
Pero yo era escritor. Aunque me resultaba muy difícil escribir en ese contexto.
Debía respetar los termas prohibidos, si no quería buscarme problemas. Era un “outsider”.
Y mi última novela “El escritor” sería un grito de orgullo y un canto a la lectura.
Siempre había suboficiales respetuosos, pero la mayoría eran terriblemente castradores como mi vocación de escritor.
Entonces fue cuando decidí tomar el pseudónimo de Yasmina Khadra, pues con nombre de mujer no sería tan perseguido.
Luche por hacer prevalecer mi condición de escritor sobre la de militar, pero fracasé.
Mi novela terminaba regresando con los militares.

Me ofendió este final. Y abandoné el alma y el cuerpo de Mohasmed lleno de indignación.

Los escritores nunca mueren, me dije para mi consuelo. Así es que el Mohamed que yo acababa de abandonar siempre sería un escritor.

Argelia, Institución castrense, guerra civil...Muchos eran los frentes que se abrían contra los que luchar. Y ante la censura siempre estaba abierta la puerta de la imaginación. Los nombres en literatura son siempre coyunturales.

Kiko Vacanillas.



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