Ya había recorrido toda una serie de médicos. Y me habían
dado remedios farmacológicos que resultaron de una total ineficiencia. Yo
seguía con mi acidez y mis reflujos.
Fue entonces cuando mi padre me sugirió que visitase en
Madrid un médico internista del que le habían hablado maravillas.
Tren nocturno a la capital. Y ya estaba en la consulta.
“Yo acabaré con su acidez y su reflujo con esta innovadora
operación. Es muy sencilla. Y prefiero no entrar en tecnicismos. El precio es
de 6.000 euros”, me dijo el doctor.
De acuerdo, dije entre hipidos.
Mañana mismo le operaremos. Traiga un pijama cuando ingrese
esta tarde.
Pasé una buena noche en la clínica y las enfermeras me
hablaron maravillas del doctor.
“Le vamos a dormir para la operación”, me dijo un enfermero
mientras un relax absoluto me invadía.
Y cuando recobré la consciencia me palpé el estómago. TOC,
TOC.
Sonaba como a metálico.
TOC, TOC.
¿Qué es lo que me han puesto?.
¡Enfermera!
No contestó nadie...¡Ya sé!. Estoy dormido y sueño.
Pero entonces entró la enfermera, quien me dijo que me habían
incorporado un estómago metálico con el cual jamás tendría acidez ni reflujos.
Para comer debería introducir unas cápsulas por esa ranura.
Y para defecar otras cápsulas saldrían
por el orificio existente a tal fin.
Ropa holgada para disimular mi nuevo órgano y cápsulas de
dulces para los fines de semana.
Kiko Vacanillas.
Kiko Vacanillas.
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