22 de septiembre de 2015

-Comboniano-


Me falló la fe. Estuve varios años visitando a los Misioneros Combonianos de Madrid e incluso participé en unas convivencias. Gracias a mi intercesión casaron a mi hermano Javier.
Fue entonces cuando comencé a viajar por el Tercer Mundo: India, Nepal. Ya conocía Turquía, donde asistí a un cólera soberbio que asoló la Capadocia.
Desde Calcuta, donde trabajé de voluntario de la Madre Teresa de Calcuta, les envié una postal a los Combonianos que decía: Que Dios esté con vosotros. Me faltó por añadir: Que yo con Dios no estoy. Y muchas serían las objeciones a su creación que yo tenía: Un 40 % de los niños de Calcuta no llegaban a los cinco años debido a la galopante mortalidad infantil. La lepra asolaba sus calles. Pero yo aposté por el hombre. No por Dios. Por el débil y el enfermo. Poco podía hacer: Los afeitaba y mal-hablaba con ellos en inglés.
Me infectaron de “amebiasis” y perdería 40 kilos a causa de la fase “hística” de dicha enfermedad.
Me cagaba encima, con sangre y pus.
Pero me valió la pena para reflexionar. Y no estoy en absoluto arrepentido de haber trabajado en “Kali-Kata”.
Mis numerosos problemas y depresiones del momento quedaron en una minucia.
Era un ser privilegiado. Me curaron en el Departamento de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid (el doctor Rogelio López Velez). Y desde entonces ya siempre camino hacia delante, sin mirar atrás.
Enfermo me enamoré de Ana, la que hoy es separada madre de mis hijos. Y hoy, veinte años después, siento por temporadas no haberme hecho Misionero Comboniano. Y morir joven.

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