20 de septiembre de 2015

“Inmigrante a la deriva”.

Agarrarse fuerte. “Este madero es mi vida”, dijo para sí mismo una vida africana.
“Siempre hay supervivientes. Y yo seré uno de ellos”, reflexionó.
“Menos mal que viajo sólo. No podría ver a mi mujer y a mis hijos en esta situación”, razonó.
Pero las fuerzas flaquean. Y recuerda: “Pagué todo el dinero que ganaríamos en un año para embarcar en esta patera”. Y entonces le resbala el madero y queda flotando sin ninguna ayuda.
“El olor de mis hijos. El sabor de mi mujer. La cocina de mi casa: La cachupa caboverdiana. Todo se acabó”, musitó.
“Hay niños a la deriva cerca de mi, pero no puedo hacer nada por ellos”, analizó.
“Llegar sólo, buscar trabajo y pedir el reagrupamiento familiar. Traer a todos”, pensó.
“Pero... se me acaban las fuerzas. Y nada podré hacer”, se dijo.
“Todos confiaban en mí. Pero yo nunca me fié del patrón de la patera. El cual abandonó la embarcación nada más partir”, recordó.
“No puede ser. Me hundo”, sentenció.
“Mi mujer, mis hijos, el abuelo. Adiós queridos. No puedo más”, concluyó.

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