28 de octubre de 2015

-”Mail” desde la muerte-

                           Cuando volvía al trabajo de periodista en La Voz de Galicia de Santa Eugenia de Ribeira desde Extremadura, vía Madrid, en el puerto de Piedrafita de León un camión pierde los frenos y me golpea frontolateralmente, causandome un traumatismo craneoencefálico. Mi mujer resultó ilesa milagrosamente.
Fui trasladado al hospital de León, donde me ingresaron en la UCI.
Llegó mi familia desde Santiago y Madrid, justo a tiempo para que el médico les comunicara mi fallecimiento.
A penas rebasaba los treinta años y dejaba toda una vida por delante.
Mi mujer regresó a Madrid, donde viviría con sus padres.

Y un buen día sus gritos y suspiros hicieron que Pepe -su padre- entrase repentinamente en su cuarto “¿Qué pasa princesa?”, le preguntó.
“Mira, lee en el ordenador”: “Soy Leopoldo y quiero que sepas que estoy bien. Seguiremos en contacto. No se lo enseñes a nadie o me bloquearán la comunicación”.
“Leopoldo es un sinónimo que utilizaba Kiko en sus escritos literarios”.

“Seguro que e una broma de mal gusto. Iremos a la policía”, destacó el pater familia

“Dime tu correo”, pidió Ana dándole a “Responder”.

“No te puedo dar mi correo porque no lo tengo. Comunicaté conmigo dándole siempre a “Responder”.
“Bueno te voy a contar: Aquí vivimos los que hemos muerto hace poco a la espera de ser juzgados por el “Todo”. Y según hallamos alcanzado un nivel determinado de desarrollo espiritual en la tierra aquí podremos darle continuidad”, firmado: Kiko.
“Añado: Por favor envíale mis “mail” a mi primo Enrique. Él lo entenderá.

Ana sin embargo le envió los “mail” a sus hermanas. Y Paloma, la segunda más mayor, no tardó un ápice en hacerselo llegar a la policía, quien le aseguró que sus técnicos en informática descubrirían al simpático en cuestión.

Pasaron dos meses, y la policía le comunicó a Ana que era imposible descubrir quien era el usuario que envió los mensajes pues su nombre estaba encriptado

Y tras otros sesenta días, Ana recibió el siguiente correo:
“Te pedí que no lo enseñases y no me hiciste caso. Fui castigado por ello. Y además hasta hoy no te he podido escribir.
Bueno, que sepas que voy a ir a la tierra esta semana. Me reconocerás porque lo haré en el cuerpo de un mendigo. Estaré sentado en la puerta de la iglesia que está al lado de tu casa. Pidiendo. El domingo”.
De nuevo Ana sufrió un ataque de nervios. Y decidió llamar a Enrique.

Quedaron en su casa. Y Ana le explicó todo.
“Iré contigo el domingo a la iglesia”, le dijo Enrique.

Llegó el domingo y Ana y Kikón se dirigieron a la iglesia.
Al llegar, efectivamente había un mendigo a la puerta. Kikón le preguntó: ¿Cuál es tu poeta favorito?, “Leopoldo María Panero”, contestó. “Es Kiko”, sentenció Enrique.

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