24 de noviembre de 2015

"Sin billete en el bus".

No llevaba la tarjeta del bus, pues la había dejado en otra cazadora. Y suelto sólo llevaba para el café que me tomaba todos los días a las 11.00 horas. Así es que decidí colarme en el bus.
Llego el 14 y subí. Hice como si tuviera el bono en la mano y lo pasé por el lector. Ni cuenta se dio el conductor de mi farsa.
Acto seguido me dirigí hacia el final del transporte urbano.
Y cuando llegamos a la plaza del Pájaro todo cambió. Subió un revisor, con cara de pocos amigos.
“Buenos días” le dijo al conductor.
“Su billete, por favor”, le espetó a un pasajero.
“Bien, gracias”.
“Billete..”. “Billete...”
Y cuando llegó a un adolescente...Éste le dijo: “No tengo billete. Me he colado”.
Entonces el revisor abrió la bolsa que llevaba adherida a su cuerpo y extrajo una ametralladora.
La cargó y le dijo al conductor: “Para, que éste se baja”.
El conductor obedeció, paró y abrió la puerta. Lo echó del autobús y cuando estaba en la calle le disparó una ráfaga que le abrió varios boquetes en la frente.

A esto yo permanecía entre el estupor y el pánico al final del bus.
De nuevo el revisor continuó su chequeo. Ya con la metralleta en bandolera.
Todos tenían billete. Y al llegar a mí...

¡Perdone pero no sé dónde he puesto el bono bus!.
No coló.
Me asió de los pelos y con la metralleta apuntándome me conminó a bajar del bus.
Ya en tierra rogué a dios que no me diera una muerta ta absurda.

Pero...disparó...Y...

Éste fue un capítulo de ensoñación que sufrí el día que decidí colarme en el bus.
Ni que decir tiene que no hubo metralleta ni muerto, pero la imaginación es libre. Y más todavía cuando está sometida a presión.

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