Estaba yo ese martes en la plaza de Pontevedra de A Coruña esperando el
bus 14, cuando de repente lo vi venir al lado del banco: Andaba como muy
suelto, iba sin afeitar. Y sus orejas estaban claramente en exceso
separadas de su cara.
Según avanzaba hacia mi, su bamboleo incrementaba. Los brazos
acompasaban el ritmo de las caderas. Y su mirar era adusto y juguetón.
Según se acercaba a mi se fue deshaciendo de su ropa. Primero la
americana, que arrojó hacia los coches. Luego la corbata, la camisa...Y a
trotes, los pantalones.
Yo no veía la reacción de la gente pues sólo me fijaba en lo que a todas luces era un simio.
Cuando estuvo a mi lado exclamó: “Ta,ta,ta..”, que claramente era: “Plátano”.
Y yo sentí de veras no tener esta fruta para dársela.
Pero si quieres comer algo te invito en ese bar.
A lo que me contestó: “Uggh...”. Que claramente quería decir: “Sí, gracias”.
Entonces entramos al bar, sin que la apariencia de mi simiesco amigo
llamase la atención en absoluto. “Una caña y un batido de plátano”,
“¿Sería posible?”, pregunté
“Ahora mismo”, respondió el “waiter”.
Tomó el batido de un trago. Y me indicó con gestos si podía tomar otro.
“Por favor otro batido. Y que sea doble”.
Acabada la bebida salimos del bar y con su “Uhhhh, uhhh...”, se despidió.
Ciertamente mi imaginación no tenía límite: Todo fue porque mientras
estaba en la parada del 14 se me acercó un sujeto que tenía cara y
apariencia de simio: Y al aproximarse a mi me espetó: “Acaso tengo monos
en la cara para que me mire usted así y se ría de ese modo”.
Sin duda tiene usted mucho de mono, pero no sólo en la cara.
Y con éste era ya el cuarto día que tuve que ir a ver a mi médico Pablo
Vaamonde para que me diese puntos de sutura en las heridas infringidas
por tan insensibles sujetos.
por kikovacanillas
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