22 de enero de 2016

-Cuando el cine se hizo realidad-

Como casi todos los domingos, que ponen algo interesante, me dispuse a ir al cine en el Centro Comercial los Rosales, ubicado a diez minutos de mi casa.
Vivo sólo desde hace unos meses, por lo cual lectura y cine se han hecho algo fundamental para mi.
De todos todos modos hecho mucho en falta los cine clubs de Madrid, Fimotecas y pelis en versión original.
Aún así, miré en Internet que ponían...
Harrison Ford. Reponen “En busca del arca perdida”. Versión “Tú mismo”.
La verdad es que a mi Harrison Ford siempre me había resultado simpático. Así es que decidí ir.

Perdone que es la versión “Tú mismo”.
Ya lo verá. Es una sorpresa. Para socios habituales como usted.
Bueno deme una entrada, fila cuarta centrada.

Entonces tiene que tomar esta pastilla, y me dio una cápsula amarilla y un vaso de agua. Hasta que la tome no le puedo dar la entrada.

Ingerí la susodicha y me dirigí a la sala dos.

Había una cola a la entrada y me puse en la misma.

Iban pasando uno a uno, con una diferencia de cinco minutos. Me faltaban tres usuarios para que llegase mi turno. Fue entonces cuando comencé a sentir los efectos de lo que sin duda era una droga.
Una sensación de irrealidad se apoderaba de mi.

Miré mis pies. Y cual fue mi sorpresa cuando observé que estaba calzado con unas andragosas botas
y llevaba pantalones sucios y camisa desabrochada.
En la mano derecha portaba un látigo.

Entonces llegó mi turbo: La señorita me hizo pasar y me dijo: “Sin perdón Indi”.

Ya en el interior de la sala pronto comprendí que estaba en una selva. Había muchos indigenas -creo que eran- y allí en el fondo...
Varios de esos individuos me miraban con odio. Entonces ella gritó: “Indi”.
Para mi fue como un revulsivo espiritual.

Había una liana frente a mí. Y sin pensarlo dos veces la así con fuerza...No comprendo como lo hice, yo siempre había sido un pato en deporte.

El caso e que estaba volando sobre mis enemigos, que habían comenzado a dispararme flechas. Y me dirigía hacia mi amada defendiéndome con el látigo. También llevaba un revolver, pero no hice uso de él.

Llegué hasta ella, la cogí y la coloqué sobre mis hombros. De nuevo viaje en liana y al caer en el suelo de las selva ni un cartel que decía EXIT. Comprendí que debía dirigirme allí.
Dejé a mi amada y tras atravesar esa puerta puse fin a mi aventura.

“¿Qué le ha parecido la “Versión tu mismo”?”, preguntó la azafata.
                         Kiko Cabanillas.

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