Desde que se habían casado Ana sufría
malos tratos por parte de su marido: Evaristo.
Él salia mucho de noche y cuando
regresaba borracho le insultaba y pegaba. Después muy temprano se
iba a trabajar excepto los domingos, que arrastraba su resaca por
toda la casa mientras continuaba insultándola y pegándola.
Ella tenía buenas amigas y entre ellas
Monse, quien -antigua boxeadora- estaba al tanto de la situación. Y
un buen día le dijo: Sepárate y vente a vivir conmigo. Luego te
buscaremos un trabajo y tu infierno se acabará.
Ana no se atrevía a dar ese paso, si
embargo comenzó a entrenar -a instancias de su amiga- con muchas
ganas, como si su combate final fuera con su marido.
Monse llegaba a las 8.30 horas,
vestida con un chandal. Evaristo ya se había ido.
Lo primero hacían un footing por el
barrio. Luego saltaban a la comba. Y finalmente la profesora le
enseñaba tanto a cubrirse como a atacar.
Ana se entusiasmaba con el
entrenamiento.
Y al menos comenzó a cubrirse cuando
Evaristo la pegaba.
“Debes cubrirte tanto el hígado como
la cara”, le decía Monse.
Cuando ya llevaban un año entrenando,
y combatiendo entre ellas, una mañana llegó Earisto borracho, y
dijo: “Mi putita me va a hacer una café con leche”.
Sin pensarselo dos veces Ana corrió a
hacerle un café. Pero algo había distinto en su interior.
Y así fué porque cuando hubo servido
el café lo cogió y lo volcó sobre la cabeza de su marido.
El cual se levantó y trató de darle
un puñetazo a Ana, quien lo esquivó y acto seguido: Directo,
directo, croché, gancho...
Evaristo se desplomó cuan largo era en
el suelo de la cocina.
Y Ana llamó a Monse, con quien se fué
a vivir tras coger sus cosas.
Vino después la separación y el
divorcio. Pero eso sí nuestra aspirante ya sería por siempre
respetada por su contrincante.
Kiko Cabanillas.
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