Aquella mañana del viernes estaba yo
sentado en el tren que me llevaría desde A Coruña a Madrid.
Llegaría a la hora de comer: Con mi ex-mujer y mis hijos.
Mi vagón estaba impoluto, sin recordar
ni por asomo aquellos trenes que cogía yo en mi juventud . Ahora
seis horas, escasas. Antes toda una noche en literas, con quintos
fumando porros.
En esto llegó Fredy, elegante con un
maletín.
Sólo llegar se dirigió a uno de los
extremos del vagón. Y apoyando su maletín en un asiento se bajó
los pantalones y empezó a emitir gruñidos.
¡Sería posible, estaba cagando!.
En esto el tren ya había salido.
Yo recordé en ese momento la costumbre
india de defecar en comandita, alineados en la calle.
Quizá sea todo una cuestión cultural.
En esto comenzaron las críticas en
alta voz: -“¡Cerdo!”, -”Parece mentira, a su edad”.
Hasta que finalmente una mujer vestida
con un traje horroroso se acercó al depositante y le dijo: “No le
da vergüenza. Está usted dando un escándalo”.
A lo que Fredy respondió: Señora me
hace usted perder la concentración. Y así tardaré más.
“Pero por dios si hay cuartos de
baño”, señaló la señora.
“Yo prefiero aquí. No tiene usted
que molestarse. Es algo bien natural. Cuando acabe lo limpiaré
todo”, contestó el interpelado.
La señora, roja como un tomate, volvió
a su asiento.
Era tal lo bien que me había caído
Fredy que, cuando supuse que había acabado, me acerqué a él y le
ofrecí un paquete de clinex.
A lo que él, en tono complaciente,
respondió: “Muchas gracias caballero”.
Kiko Cabanillas.
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