“Sí, tu eres mi mejor monaguillo. Y
quieres tenerme contento. Aquí nadie nos molestará”.
“Pero padre ¿que es lo que vamos a
hacer?”.
“Es muy sencillo. Tu te vas a
recostar aquí. Y yo me voy a meter dentro de tí, como el espíritu
santo. Esto lo hago por ti, pero es muy importante que no se lo
cuentes a nadie”.
“Así, así...”
“Padre me hace daño”.
“El dolor es parte de la felicidad.
Es el camino”.
“Yo no sé si esto está bien”,
señaló el joven Pedro.
“Sé lo que estamos haciendo. Y
estaría mejor si usted o yo fuésemos mujer”.
“Bueno acabé. Limpiaté, que aún
tienes que bendecirme con la lengua. Yo también me limpio para que
no te de asco”.
Y el forzado jóven le practicó una
felación al señor cura, quien entre jadeos le dijo que mañana
domingo contaba con él en la eucaristía.
Y es que en los pueblos los curas son
la autoridad mayor. Y con la bendición de los padres pueden
conseguir todo de los jóvenes. Incluso sexo. Y si los padres no se
enteran pues mejor.
La confianza será ciega.
Y los curas son animales sexuados. Y
como tal tienen necesidades.
Recuerdo a la perfección el reportaje
que hice para Interviú: “La hija del cura”, en un pueblo de
Toledo. Los parámetros se repetían: Confianza ciega en el
representante de la Iglesia.
El sexo, las perversiones y la
pedofilia viven dentro del hombre, quien vive dentro de la Iglesia. Y
en consecuencia los bajos instintos son acogidos por la santa madre
Iglesia.
Kiko Cabanillas
No hay comentarios:
Publicar un comentario