29 de abril de 2016

Empatía con manteros.

Me desperté violentamente tras la sacudida de Fredy.
Me hablaban en Olof y lo comprendía todo. Yo también hablaba en esa lengua africana.
Pronto salí de mi sueño o entré en él: Yo era un mantero y tenía que ir a vender a la calle Real coruñesa.
Fui con mi compañero después de coger la mercancía.
Yo tenía sobre todo bolsos.
Le dirigía una mirada afectuosa a todas las jóvenes que pasaban ante mi.
Alguna paró y me preguntó el precio.
Estuve cerca de cuatro horas, en las que sólo logré vender dos bolsos.
Me tenía que volver a casa, pues me tocaba cocinar.
Mi hogar estaba vacío, aún no habían llegado mis compañeros. Así es que me dediqué a investigar. Y efectivamente eramos inmigrantes ilegales. Tal como confirmaba una carta que leí de uno de mis colegas a su familia. “No os preocupeis, saldremos adelante”, decía.

Y entonces salí de mi ensoñación.
Estaba en la calle Real, delante de un mantero.
Me estaba imaginando que era uno de ellos.
Hasta tal punto corría mi imaginación que confundía sueño y realidad.
Yo nunca había sido mantero ni podía imaginar lo que ello implicaba.
Así es que para pedir perdón por mi entromisión y para solidarizarme con el vendedor africano le compré un bolsito en el cual metí todas mis cosas.
No le discutí el precio y le pagué de inmediato.
La sonrisa que me dedicó el inmigrante valió por mucho más del dinero que me había gastado.
Socram, amigo”, le dije.
                                            Kiko Cabanillas.

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