Los campos de
desplazados y las carreteras son cerrados por los señores de la
guerra para provocar muertes por desabastecimiento en las etnias
rivales, en la guerra civil de Sudán del Sur.
Lo que lleva a que
un tercio de la población verá amenazada su vida durante 2016.
La guerra es un
vampiro que necesita sangre.
Al Centro de
Desnutridos de Unicef llegan los niños en las peores condiciones.
Los hay que no tienen fuerzas ni para llorar. Sus costillas parecen
el frágil esqueleto de un barco de madera.
En el colegio las
clases no se prolongan más de dos horas porque lo niños están
demasiado débiles para atender. Comen hojas de los árboles
hervidas, insectos o bayas silvestres para sobrevivir.
Cierran las
carreteras al comercio para generar desabastecimiento y atacando a
los convoyes humanitarios y hospitales.
Un tercio de sus
doce millones de habitantes está en riesgo de sufrir malnutrición
severa.
Cada cesto de
comida que llega es revisado y requisado por la policía militar.
Los militares
tienen orden de disparar a todo el que suba a una embarcación para
comerciar.
Cuando la
mercancía llega apenas contiene unas cuantas toneladas. Además la
peligrosidad y la falta de gasolina eleva su coste. Lo que queda sólo
pueden pagarlo los hoteles donde residen extranjeros, donde un
sandwich o un plato de arroz alcanza precios de los campos Elíseos
de París. Hay petróleo y intereses políticos que hacen de Sudán
del Sur un importante enclave islámico, pero la guerra de Sudán no
interesa a occidente, porque nada pueden sacar de ella. Ni un maldito
telediario reseña la guerra en un país en que los muertos son
anónimos porque no interesan a nadie.
Y al mismo tiempo
la política local es la responsable de tanto cáos. Etnias rivales
quieren el poder a fuerza de sangre y dolor. Lo que sí hacemos es
hacerles llegar armas, pues ése sí que es un negocio que nos
interesa en occidente.
Kiko Cabanillas.
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