Al finalizar mis
clases de Gallego en casa, cogí el tres que une A Coruña con la
ciudad compostelana. Y en media hora había llegado. Intranquilo
porque mi padre tenía desconectado el móvil.
Aún así el
encuentro fue posible y me fue a esperar a la estación.
Pasaba el fin de
semana fuera su mujer y María -la domética- nos había dejado
hechas una judias deliciosas. “Estar sin la mujer de vez en cuando
no está mal”, le dije a mi padre, quien aseveró mi sentencia.
Según llegamos y
ya establecido en su despacho, continué con la lectura de
“Middlesex” de Jefrey Eugenides, que narra una historia familiar
y la vida de una hermafrodita. A quien el desafío de las leyes
genéticas y los condicionantes sociales no podrán vencer.
Intercalé esta
novela con un librito delicioso de Cicerón, “Sobre la vejez y la
amistad”, que le da catorce mil vueltas a esos libros tan de moda
de Autoayuda.
Mi padre se dedicó
sobre todo leer los suplementos culturales que traen los periódicos
los sábado.
Logra con ello
estar al día de novedades editoriales. Yo como soy lector de
bibliotecas `prescindo de ponerme los dientes largos. Además mi
padre siempre me deja los que me interesan.
Dormí poco el
sábado pero bien. Y el domingo tras horas de lectura y un buen
paseo, en el que mi padre habló con un paisano vecino que está
enfermo del corazón...
Ya estaba de
vuelta en el tren con mis cuatro bultos: Abrigo, bolsito, bastón y
bolsa.
Al llegar a casa
se lo comuniqué a mi padre por whatsApp y dormí once horas
seguidas.
Kiko Cabanillas.
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