Mis padres pronto se dieron cuenta que
algo excepcional ocurría conmigo, pues anticipaba todos sus
comportamientos, así como los de mis hermanos.
Pero donde se hizo evidente mi don fue
en el colegio. Donde pronto comencé a destacar, sobre todo en los
exámenes orales. Parecía como si leyera las respuestas en la mente
de mis profesores.
Y eso es exactamente lo que ocurría.
Tuve unas notas excepcionales, porque
también leía en la mente de mis compañeros todas las respuestas de
los exámenes escritos. Para lo cual sólo tenía que fijarme
detenidamente en el listo de la clase.
Fueron pasando los años. Y yo aprendía
disimular mi don.
Conseguí las mejores notas y las
novias más apetecibles.
Veinte años después yo trabajaba en
la policía. Dirigía los interrogatorios. Nada se me podía ocultar.
Era como si todos los delincuentes
estuviesen dispuestos a “cantar” conmigo.
Así pude no sólo descubrir
implicaciones en delitos cometidos, sino incluso a prever los mismos.
Pero algo fallaba: Estaba sumido en la
más cruel de las soledades.
Así es que decidí investigar:
Hospitales, Psicólogos, Policía...
Hasta que al cabo de un año descubrí
una mujer que tenía el mismo síndrome. Y además era guapísima y
muy simpática.
Pronto contacté con ella y comenzamos
a salir.
“Nunca me podrás ser infiel sin que
lo sepa”, le dije en una ocasión.
Y así fue como me casé con María con
la que descubrí nuevas posibilidades: El Arte entre otras.
Estábamos ampliamente cualificados
para desarrollar disciplinas artísticas.
Desde el día que lo descubrí fui
policía, amante y escultor. Sin igual.
Kiko Cabanillas.
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