Sentí la humedad, el contacto con
otros, el aroma fresco...
Parecía increíble pero me había
convertido... Sí en un tomate.
Estaba encerrado en una lata. Costaba
un euro veinte. Y poco más adelante estaba la pasta.
Pero era un tomate con conciencia de
tal.
Me acompañaban en mi existir siete
compañeros, que, todo hay que decirlo, no eran lo que se dice muy
habladores. Y además su contacto me producía una especie de grima.
Todos competían por ser la mejor
ensalada tiempo adelante, pero esto me lo dijo Reinaldo, quien era el
único que conversaba.
Mi vida: mis actuaciones estaban muy
limitadas. Pero oía a la perfección los absurdos discursos de los
clientes. ¡Qué caro!, decía una señora con sobrepeso,
reincorporándome a mi sitio.
Un niño, explorador como todos, tiró
a un compañero al suelo. Pero mi amiga lata ni siquiera lloró.
Entonces cuando la cola terminó, la
voz de una empleada dijo: Caja ocho, por favor. Y yo abandonando mis
ensoñaciones me dirigí con mi carro a la caja indicada.
Y es que es algo superior a mis fuerzas
la cola de un hipermercado.
Y eso que llevo mi libreta y un boli,
para apuntar algún relato que se me pueda ocurrir.
Dejé el carro, recuperé la moneda, y
ahora estoy escribiendo sobre aquello en lo que un buen día de abril
trasformó mi esencia y me hizo incorporarme a la naturaleza de otro
ser: El señor Solis.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario