Siempre recordaré el primer día.
Tenía trece años. Y habían adosado a mi cuerpo varias bolsas con
polvo blanco. Tenía que desplazarme en bus urbano a un punto ubicado
en los alrededores de la plaza de España. Lo llevaba todo en un
croquis.
No hubo ningún problema.
“Hombre, uno nuevo”, dijo Eusebio.
“Tranquilo que aquí somos todos de
fiar”.
“Sí mi hermano Paco me ha hablado
muy bien de tí.
Cortaron mi carga y después abrieron
un paquete y con una navaja probaron la mercancía.
“Fantástica”, dijo Eusebio. “Como
siempre heroína de primera.
Desde ese día fui el portador de
heroína a distintos puntos de A Coruña y Arteixo.
Hasta que me atraparon.
Comisaría y encarcelado.
En prisión hice muchos contactos. Y
algún amigo.
Al salir, tenía que evitar siempre a
la policía, pero todo fue como la seda.
Tuve a mi cargo jóvenes traficantes.
Me casé con una gitana de El Portiño.
Y mis hijos con diez años ya sabían
traficar. Hacían de correos. Y ocasionalmente llevaban mercancía.
Lo que acabó conmigo fue la propia
heroína. Comencé a chutarme para ver si era realmente buena. Pero
acabé terriblemente enganchado.
Ahora tengo el Sida. Y todo en mi vida
gira entorno a esa maldita substancia.
Kiko Cabanillas
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