Os recuerdo que rondo los cincuenta
años. Estoy casado pero vivo separado de mi familia, que vive en
Madrid y yo en A Coruña. Trabajo como voluntario en una ONG y en el
Centro Comercial Área Central.
Pues bien toda mi vida cambiaría esa
mañana.
Me desperté de un salto y fui a
desayunar. Sabía donde debía ir, pero no era la cocina ni el piso
de siempre. Pronto me dí cuenta, estaba en mi piso madrileño, en el
que habíamos vivido de jóvenes.
Me senté a la mesa. Mi padre había
rejuvenecido diez o quince años, y como siempre tomó su café de
pié. Llegaron mis hermanos: Niños. Y yo me dejé llevar por la
inercia de lo se suponía que debía hacer. Acabé el desayuno y fui
al baño a lavarme los dientes, entonces descubrí a Xeito, nuestro
Cocker Spaniel cachorro.
El espejo me reveló que yo también me
había convertido en el niño que fui.
Era sábado, así es que fuimos con mi
padre al Museo del Prado y luego al Club de Campo a jugar al tenis.
Mi hermano Javier era el mejor.
Mi hermano Chemi me preguntó por qué
estaba tan callado.
¡Ay, si tu supieras!.
Ya a la tarde regresamos a casa en el
850 que conducía mi padre.
Y por acuerdo unánime fuimos al kiosco
de prensa a comprar Mortadelos y Joyas Juveniles Ilustradas.
Cierto es que mi padre nos aficionó,
sobre todo a mi, a la buena literatura, pero los citados tebeos eran
pilares espirituales en nuestra formación.
Llegué a casa agotado, cene filloas
cocinadas por mi ascendente y me dispuse a dormir.
Con el sueño llegó el amanecer:
Estaba en mi casa de A Coruña escribiendo sobre mi juventud y tal y
como me sucede en innumerables ocasiones caí en un estado de
ensoñación en el que confundía ficción con realidad. De nuevo
tenía cincuenta años.
Kiko Cabanillas.
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