Llegó
Ana como siempre puntual a impartir en mi casa su clase de gallego.
Y
tras unas lecturas y una redacción me dijo: “Agora vasme facer un
conto para nenos de seis anos”. “Escoito”.
“Estabamos
en el madrileño pueblo -versión traducida- de Becerril de la
Sierra. Cercano a Navacerrada. Yo tenía doce asños y “El
Anguilas”, quien vino a recogerme, tenía dos más.
“Vamos
a dar un paseo con el cerdo de mamá”, me propuso.
Así
es que fuimos a su casa y cogimos al cerdo, lo amarramos con una
cuerda y nos lo llevamos de paseo. Camino del pantano.
En
esto nos cruzamos con una familia gitana.
“Hermoso
animal”, dijo el mayor de ellos. “Nos lo podíais dar que
llevamos una semana sin comer”, añadió.
“El
cerdo es de mi madre”, dijo el Anguilas.
“Pues
vete a casa y se lo pides”, repliqué yo.
“Eso
haré”, contestó..
Y en
veinte minutos estaba de vuelta con el permiso materno de regalar el
animal.
Así
es como el cerdo finalmente fue sacrificado. Y lo asamos y lo comimos
entre todos.
Alegría,
canciones y bailes. Así como aguardiente. Fue toda una fiesta.
Y
desde ese día el Anguilas y yo fuimos amigos de los gitanos, quienes
nos enseñaron a cazar conejos con un lazo y a pescar truchas a mano
en el río que va a dar al pantano”.
Fin
del cuento.
A Ana
le encantó el cuento.
Y me
dijo que ella pintaba y hacía collares y pulseras, en las que
también desarrollaba la creatividad, pero que no era capaz de
escribir mucho.
Kiko Cabanillas.
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