10 de junio de 2016

El cerdo y los gitanos.

Llegó Ana como siempre puntual a impartir en mi casa su clase de gallego.
Y tras unas lecturas y una redacción me dijo: “Agora vasme facer un conto para nenos de seis anos”. “Escoito”.
“Estabamos en el madrileño pueblo -versión traducida- de Becerril de la Sierra. Cercano a Navacerrada. Yo tenía doce asños y “El Anguilas”, quien vino a recogerme, tenía dos más.
“Vamos a dar un paseo con el cerdo de mamá”, me propuso.
Así es que fuimos a su casa y cogimos al cerdo, lo amarramos con una cuerda y nos lo llevamos de paseo. Camino del pantano.
En esto nos cruzamos con una familia gitana.
“Hermoso animal”, dijo el mayor de ellos. “Nos lo podíais dar que llevamos una semana sin comer”, añadió.
“El cerdo es de mi madre”, dijo el Anguilas.
“Pues vete a casa y se lo pides”, repliqué yo.
“Eso haré”, contestó..
Y en veinte minutos estaba de vuelta con el permiso materno de regalar el animal.
Así es como el cerdo finalmente fue sacrificado. Y lo asamos y lo comimos entre todos.
Alegría, canciones y bailes. Así como aguardiente. Fue toda una fiesta.
Y desde ese día el Anguilas y yo fuimos amigos de los gitanos, quienes nos enseñaron a cazar conejos con un lazo y a pescar truchas a mano en el río que va a dar al pantano”.
Fin del cuento.
A Ana le encantó el cuento.
Y me dijo que ella pintaba y hacía collares y pulseras, en las que también desarrollaba la creatividad, pero que no era capaz de escribir mucho.
Kiko Cabanillas.

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