Veréis, yo viví hace
quince años en un piso ubicado en la madrileña calle San Pedro.
Piso que ya había habitado años antes pues me lo habían alquilado
mis hoy suegros.
Era un piso delicioso
ubicado a diez minutos de El Retiro.
El caso es que mirando por
la ventana podía verse en el piso de enfrente a un anciano postrado
en una silla conectado a una botella de suero.
Pasaron veinticinco años.
Yo, ya casado, regresé a vivir en el citado inmueble. Y...
Allí seguía el anciano.
Superviviente eterno.
Seguía conectado a su suero.
Decidí investigar.
Así es que fui al
ayuntamiento a ver cuántas personas habían registradas.
No figuraba el inmortal.
Le pregunté a la chica de
la limpieza y me dijo que vivían dos hermanas, pero no me comentó
nada del anciano.
Así es que un buen día
me envalentoné y llamé a la puerta del misterio.
Me abrió una mujer
entrada en años, ante la que me presenté como investigador privado.
Le dije que estaba
investigando una desaparición para la cual me era indispensable
certificar la vida del anciano al que podía verse postrado en la
silla que daba a la calle San Pedro.
Rompió a llorar la buena
mujer y me dijo que realmente su marido, quien tenía la costumbre de
sentarse allí, había muerto hacía diez años, pero que para
guardar su presencia habían colocado un maniquí junto a la ventana.
Nada tenía pues de
extraño mi desconcierto.
Al día siguiente volví a
la casa y les llevé una tarta “Selva Negra” y les expliqué que
realmente yo no era un inspector privado sino un vecino extrañado
ante el mencionado personaje.
Kiko Cabanillas.
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