24 de junio de 2016

-El maniquí de San Pedro-

Veréis, yo viví hace quince años en un piso ubicado en la madrileña calle San Pedro. Piso que ya había habitado años antes pues me lo habían alquilado mis hoy suegros.
Era un piso delicioso ubicado a diez minutos de El Retiro.
El caso es que mirando por la ventana podía verse en el piso de enfrente a un anciano postrado en una silla conectado a una botella de suero.
Pasaron veinticinco años. Yo, ya casado, regresé a vivir en el citado inmueble. Y...
Allí seguía el anciano.
Superviviente eterno. Seguía conectado a su suero.
Decidí investigar.
Así es que fui al ayuntamiento a ver cuántas personas habían registradas.
No figuraba el inmortal.
Le pregunté a la chica de la limpieza y me dijo que vivían dos hermanas, pero no me comentó nada del anciano.
Así es que un buen día me envalentoné y llamé a la puerta del misterio.
Me abrió una mujer entrada en años, ante la que me presenté como investigador privado.
Le dije que estaba investigando una desaparición para la cual me era indispensable certificar la vida del anciano al que podía verse postrado en la silla que daba a la calle San Pedro.
Rompió a llorar la buena mujer y me dijo que realmente su marido, quien tenía la costumbre de sentarse allí, había muerto hacía diez años, pero que para guardar su presencia habían colocado un maniquí junto a la ventana.
Nada tenía pues de extraño mi desconcierto.
Al día siguiente volví a la casa y les llevé una tarta “Selva Negra” y les expliqué que realmente yo no era un inspector privado sino un vecino extrañado ante el mencionado personaje.
Kiko Cabanillas.

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