19 de junio de 2016

-Las cabras también ríen-

Como siempre me desperté a las siete de la mañana. Desayuné y me dispuse a salir a correr por el Paseo Marítimo de A Coruña.
Al principio toto fué bien. Hasta que llegué a los dólmenes de los caídos en la guerra civil. Momento en el que sentí un terrible cansancio. Me apoyé en una de las esculturas y quedé entre dormido y desmayado.
Me reincorporé...Sobre mis cuatro patas...”¿Cómo?. ¿Qué es esto de cuatro patas?.
Pues sí efectivamente tenía cuatro patas. Peludas.
Lleno de congoja y confusión me dirigí a casa. Y por el camino, en un escaparate pude comprobar que efectivamente me había convertido en una cabra. Me reí.
Al llegar a casa en Ronda de Outeiro vi al portero José limpiando la entrada. Y me dijo: “Fuera de aquí. Que me lo ensucias todo”.
Quise explicarle que era Kiko, pero lo más que logré fue emitir un balido lastimoso.
Sin embargo no fui capaz de abandonar el portal en toda la mañana, motivo por el cual José llamó a la policía municipal.
Los agentes al llegar me ataron una cuerda al cuello y me trasladaron en un furgón que traía consigo.
Me llevaron a una especie de granja. Y me introdujeron en un recinto en el que había tres cabras más y un macho cabrío.
Enseguida comenzó a cortejarme.
Yo no salía de mi espanto.
Me montó desde atrás y yo sentí como su pene atravesaba mis carnes.
He de reconocer que lo que resultó doloroso y violento al principio fue a medio y largo plazo muy placentero.
Ciertamente, el orgasmo caprino fue fantástico.

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