27 de junio de 2016

-Meada eterna-

Las vacaciones de verano habían llegado. Yo, separado, me quedaría en mi piso de A Coruña. Y Ana y los niños se irían a Patos, en Vigo, a un apartamento de veraneo en la playa.
Con el propósito de pasar un fin de semana con mis hijos, que luego se irían a Portugal, me propuse tomar un tren hasta la ciudad olívica.
Ya iba bastante nervioso porque soy un meón y en el autobús no hay manera. Estuve enfermo de la próstata el año pasado. Aún así bebí poco y con un libro de poesía me subí al Castromil.
Los primeros quince minutos transcurrieron con calma. Pero pensar aterrado que me mearía en breve y de hecho mearme sin remedio fueron todo uno.
Cada vez mi angustia era mayor.
“Ya sé, me mearé un poquito. Y así se me pasarán las ganas”. Procedí y el resultado fue claramente adverso. Sentí un verdadero ardor por finalizar lo que ya había iniciado
Sin poder aguantar más comencé a orinar en el pantalón, pero en seguida paré. No podía llegar a Patos con el pantalón todo mojado, prueba evidente de lo que había ocurrido.
Mi ansiedad me llevó a tomar una decisión final: Extraje el pene y me dispuse a darle rienda suelta en el suelo del bus.
No tenía fin.
Pronto el reguero que provoqué me delató. Y un pasajero me increpó de malas formas: ¡Será cerdo!.
Pero el caso es que no podía parar de orinar. Y ya llevaba varios minutos.
Orinando sin fin. Ya con varios pasajeros molestos y con el chófer alertado...Llegamos a Vigo.
Entre insultos se despidieron de mi los pasajeros. Pero yo no podía levantarme, pues seguía orinando.
“Caballero haga el favor de bajar de mi autobús”, me dijo el chófer.
Y yo procedí a desalojar el vehículo, aún sin parar de orinar.
Al bajar vi a mi a mi ex-mujer y a los niños. Y entonces milagrosamente se cortó el torrente.
Kiko Cabanillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario