Las
vacaciones de verano habían llegado. Yo, separado, me quedaría en
mi piso de A Coruña. Y Ana y los niños se irían a Patos, en Vigo,
a un apartamento de veraneo en la playa.
Con
el propósito de pasar un fin de semana con mis hijos, que luego se
irían a Portugal, me propuse tomar un tren hasta la ciudad olívica.
Ya
iba bastante nervioso porque soy un meón y en el autobús no hay
manera. Estuve enfermo de la próstata el año pasado. Aún así bebí
poco y con un libro de poesía me subí al Castromil.
Los
primeros quince minutos transcurrieron con calma. Pero pensar
aterrado que me mearía en breve y de hecho mearme sin remedio fueron
todo uno.
Cada
vez mi angustia era mayor.
“Ya
sé, me mearé un poquito. Y así se me pasarán las ganas”.
Procedí y el resultado fue claramente adverso. Sentí un verdadero
ardor por finalizar lo que ya había iniciado
Sin
poder aguantar más comencé a orinar en el pantalón, pero en
seguida paré. No podía llegar a Patos con el pantalón todo mojado,
prueba evidente de lo que había ocurrido.
Mi
ansiedad me llevó a tomar una decisión final: Extraje el pene y me
dispuse a darle rienda suelta en el suelo del bus.
No
tenía fin.
Pronto
el reguero que provoqué me delató. Y un pasajero me increpó de
malas formas: ¡Será cerdo!.
Pero
el caso es que no podía parar de orinar. Y ya llevaba varios
minutos.
Orinando
sin fin. Ya con varios pasajeros molestos y con el chófer
alertado...Llegamos a Vigo.
Entre
insultos se despidieron de mi los pasajeros. Pero yo no podía
levantarme, pues seguía orinando.
“Caballero
haga el favor de bajar de mi autobús”, me dijo el chófer.
Y yo
procedí a desalojar el vehículo, aún sin parar de orinar.
Al
bajar vi a mi a mi ex-mujer y a los niños. Y entonces milagrosamente
se cortó el torrente.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario