Ayer vino a casa de A
Coruña.
Como siempre riéndose por
todo. Le mordí los mofletes y las piernas. Y se partía de risa.
Van a estar él y la madre
unos días y en Julio se irán a la playa a Patos, en Vigo.
Ya me he planificado mi
existencia con Santi y su bellísimo síndrome de Down.
Saldré a dar paseos por
el paseo marítimo, parando como no a comprar helados.
Y de noche le achucharé
hasta que se duerma.
Descansa en el mismo cuarto
que yo.
Y su madre en su
cama, en el cuarto de al lado.
Normal, pues estoy en
período de separación legal.
Pero...
¿Y mi Santi?.
¿Lo podré ver cuando
quiera?.
Iré cada dos semanas a
Madrid a verlo.
Y le contaré el cuento de
“Santi el guerrero atroz”.
Quien bebía la sangre de
sus rivales en su casco y se hacía pinchos morunos con los dedos de
sus enemigos.
Y estaba enamorado de una
dulce señorita, quien recogía flores en el campo.
Él tanto la amaba que le
llevaba las cabezas de sus enemigos a las puertas de su castillo.
Hasta que un día ella le
dijo: “Si de verdad me quieres dejarás de matar. Y sólo entonces
me casaré contigo. Y tendremos muchos hijos”.
Y así fue como nuestro
feroz guerrero se convirtió en un pacífico padre de familia, quien
en breve destacó por su arte en la cocina y en el cultivo de
petunias.
Sé que no entenderá el
cuento pero respirará felicidad con cada una de mis palabras.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
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