Eran las nueve de la mañana. Esperaba
en casa al técnico de la “Compañía R”.
Llegó con retraso.
“Buenos días caballero -le dije ante
su sorprendida mirada”. Lucía tatuajes en el antebrazo y en el
cuello. “No me va Internet desde ayer.
“¿Dónde tiene el “router”?”,
preguntó.
Le enseñé el “modem”. Y acto
seguido me dijo: “Es que acaso no ves que este cable está mal. Así
cómo va a hacer contacto. Burro...”.
Sorprendido por sus modos, le
recriminé: “Es innecesario insultarme”.
“Innecesario es que venga yo por esta
pijotada. ¿Tienes cinta celo?”.
Acto seguido aseguró el cable y dijo:
“Ya está zopenco”.
“Y de despedida merluzo y para que no
te vuelva a pasar te voy a dar una ostia...”
Y sin más se arremangó y me golpeó
con inusitada fuerza: Fue un directo al ojo izquierdo.
“Chao”, me dijo y se fué.
De inmediato, y tras comprobar el
morado de mi ojo, llamé a la “Compañía R”.
Les conté lo sucedido y por toda
respuesta dijo: “Éste Celestino. Verá usted es el hijo del jefe y
acaba de salir de la cárcel”.
“Señorita voy a denunciarle”, le
dije.
“No por dios. Permitanos que le
regalemos un portatil. Y un “modem”.
Así pues al día siguiente vino a casa
Celestino a traer el portatil y el “modem”.
“Vengo a traerte esto y de paso...”.
“¿De paso qué?”, señalé.
“Pues de paso me disculpo por los
modos que emplee el último día”, me dijo.
“No me denuncie o volveré a la
cárcel”. “Por dios”.
“Bien no te preocupes”, le dije ante la congoja del técnico.
“Bien no te preocupes”, le dije ante la congoja del técnico.
Kiko Cabanillas.
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