5 de julio de 2016

-El virus de la locura.

                       Todo iba bien aquel amanecer: Me despertaba a las siete, desayunaba y me duchaba. Leí la prensa por Internet y sobre las diez me dispuse a hacer la compra en el Carrefour.
Bajé pues en ascensor al portal. Allí me encontré a José, el portero.
“Buenos días José”, le saludé.
“Y que tal si me cago en tu puta madre”, respondió.
Salí rápidamente de la estupefacción al interpretarlo como una broma pesada.
Pero es que al llegar al portal un vecino me pegó una colleja y me dijo: “¡Qué tal neno!”.
Hoy todo el mundo estaba borde conmigo. Anonadado me encaminé al supermercado.
Al llegar allí el de seguridad me dijo: “Como se te ocurra robar algo te inflo a ostias”.
Y la epopeya comenzó entonces. Todo el mundo se peleaba por los mismos productos: Se agredían y discutían. Yo asustado me encaminé a pagar mi cartón de leche y mis plátanos.
Al llegar a la caja la dependienta me dijo: “Si tienes cupones de descuento me importa un güevo porque te voy a cobrar lo mismo”.
Así pues decidí irme a casa y esperar que todo volviera a la normalidad.
Puse la radio.
“Tranquilidad. El efecto de este virus pasará en tan sólo 24 horas.
No hay porque asustarse.
Hay gente a la que no afecta en absoluto. Y a los otros afecta más o menos según su carácter.
Las autoridades y las fuerzas de seguridad recomiendan que permanezcan en sus casas hasta que todo pase”.
Todo cobraba explicación.
Logré la tranquilidad de saber que todo había sido una causa externa.
Yo no había suscitado ese odio.
Ya sólo cabía esperar.

Kiko Cabanillas.

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