Bajé
pues en ascensor al portal. Allí me encontré a José, el portero.
“Buenos
días José”, le saludé.
“Y
que tal si me cago en tu puta madre”, respondió.
Salí
rápidamente de la estupefacción al interpretarlo como una broma
pesada.
Pero
es que al llegar al portal un vecino me pegó una colleja y me dijo:
“¡Qué tal neno!”.
Hoy
todo el mundo estaba borde conmigo. Anonadado me encaminé al
supermercado.
Al
llegar allí el de seguridad me dijo: “Como se te ocurra robar algo
te inflo a ostias”.
Y la
epopeya comenzó entonces. Todo el mundo se peleaba por los mismos
productos: Se agredían y discutían. Yo asustado me encaminé a
pagar mi cartón de leche y mis plátanos.
Al
llegar a la caja la dependienta me dijo: “Si tienes cupones de
descuento me importa un güevo porque te voy a cobrar lo mismo”.
Así
pues decidí irme a casa y esperar que todo volviera a la normalidad.
Puse
la radio.
“Tranquilidad.
El efecto de este virus pasará en tan sólo 24 horas.
No
hay porque asustarse.
Hay
gente a la que no afecta en absoluto. Y a los otros afecta más o
menos según su carácter.
Las
autoridades y las fuerzas de seguridad recomiendan que permanezcan en
sus casas hasta que todo pase”.
Todo
cobraba explicación.
Logré
la tranquilidad de saber que todo había sido una causa externa.
Yo no
había suscitado ese odio.
Ya
sólo cabía esperar.
Kiko Cabanillas.
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