Había salido sólo y bebido sólo.
Triste. Pero muy relajante.
Cuando regresaba a casa después de
salir por el Orzán coruñés, me daba la impresión de que alguien
me seguía.
Medio en bromas le dije: “Te
espero...”.
Y mi sombra -ya iluminaba la mañana-
se desplazó a mi lado.
“¿Tomamos la última?”, le
pregunté.
Di su silencio por un sí.
Así es que entramos al local e
ingerimos el último ron con cola.
Al salir ya decididamente nos fuimos a
casa.
Entramos, nos lavamos los dientes y
nos acostamos.
Vivo sólo con lo cual mi sombra se
acostó donde mi ex-mujer.
A la mañana siguiente, con el temor de
que mi sombra hubiese sido una fantasía de mi estado etílico, me
dirigí a la cama de mi ex y...Allí estaba mi sobra.
No tardé mucho en preparar el que
sería mi primer golpe: Ella entraría en el banco y en el momento en
que los empleados abriesen la caja se apoderaría de todo el dinero.
Luego saldría aprovechando su invisibilidad, con cuidado no fuese
que viesen los billetes moviéndose.
Éste fue el primer golpe. Y a él
siguieron muchos otros.
Pero un día los billetes fueron
descubiertos en mi casa por la policía. Y tras duros interrogatorios
yo me confesé culpable, si bien sin hablar en absoluto de mi sombra.
Había aprovechado un descuido del
empleado y me había introducido en la caja.
Y ahora en mi celda jugábamos al
Cinquillo. Tenía fama de loco pero todo el mundo sabía que si algo
me hacían un ente diabólico se vengaría de mi.
Kiko Cabanillas.
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