1 de agosto de 2016

-El hombre que no andaba.

Fede: Labios leporinos, enjuto y feo que ni dios.
Piensa. Sólo piensa.
Traza historias fantásticas no siempre con final feliz.
Vive armado de su silla de ruedas. Mueve tan sólo la parte superior de su cuerpo. Es hemipléjico.
Tiene serias dificultades pare que no se note el desprecio que siente por la mayoría de las personas.
Y escribe en el portátil que le ha colocado su mujer sobre una bandeja en la mesilla de noche.
El siempre fue periodista y hasta que sufrió el accidente de coche escribía relatos de marcado corte surrealista.
Y ahora que todo el mundo ha salido de su cuarto comienza:
“Ella -Inés- fue al cole del barrio. Y allí conoció a Fede. Fueron amigos y después novios.
Fede ya con trece años comenzó a practicar escalada deportiva.
Ella siempre temió un posible accidente.
Cayeron cuatro alpinistas en cordada. Fede era el último. Fallecieron todos menos Fede.
Fede quedó hemipléjico.
Pronto instalaron en su casa su silla de ruedas e Inés iba a verlo todos los días, junto con varios amigos. Hacían improvisadas tertulias, en las que fumaban hachís y bebían wiski.
Y no pasó mucho tiempo hasta que Inés lo dejó por un chaval claramente más guapo y más. Tampoco demasiado tiempo hasta que Fede se convirtió en un afamado poeta, al que todos los editores se disputaban”.
“Segunda parte mañana”.

Fede tenía la suerte de no tener novia ya que su mujer estaba más atada a él que una posible novia. Pero por tanto no tenía que jugar la batalla de ver si su pareja seguía con él a pesar de su minusvalía. Si bien todo era posible, como veremos en próximos capítulos.
Tenía muchos contactos en el mundo editorial dado que fue periodista de Cultura.
Y no pasaría mucho tiempo hasta que siguió los pasos de su “Fede”, quien evidentemente era él.

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