Estaba yo en mi
casa de A Coruña con mi ex-mujer e hijos. Fuimos a la playa de
Bastiagueiros.
Andaba por la
orilla, cuando de repente vino a mi una imagen del futuro: Regresaba
a casa después de trabajar como correponsal de guerra en Sudán.
Había perdido los
ya habituales veinte kilos. Y soñaba con comer caldeirada de raya.
Tenía pesadillas
y dormía mal, aunque me medicaba para ello.
Lo primero que
hice fue comprobar la calidad de las fotos en el ordenador. Alguna
fuera de foco, pero las mayoría estaban bien. Las mandé por correo
electrónico a mi agencia.
Luego me llevé a
Santi a dar una vuelta, con la obligada parada en la furgoneta de
helados.
Finalmente me
dirigí a la librería Fenac, donde me aprovisioné para mi próximo
viaje, pues ya sospechaba que sería Túnez.
Llamé por
teléfono a mi primo Enrique, quien insistió en que tenía que
cocinarme en su casa una paella antes de marcharme de nuevo.
Recibí entonces
una llamada de la oficina en la que me adelantaban que mi siguiente
destino sería Túnez, donde se había recrudecido la primavera
árabe.
Tenía que
documentarme. Lo haría mayoritariamente por Internet. Aún así fui
a la librería Arenas para ver si tenían algo. Guías turísticas y
la novela de un escritor joven tunecino, con bastante buena pinta.
Llamé a Amaia, mi
profe de informática y fotografía digital para ver si me podía dar
clase mientras estuviese en A Coruña. Pudo y quedamos en dar clase
tres días a la semana dos horas y media diarias.
Tenía que dominar
el portátil que me acababa de comprar y estudiar posibles averías.
Así pues llegó
el día de marcharme desde Barajas. No sin antes asistir a mi cita
con Kikón para degustar su magnífica paella.
Yo había quedado
con Kikón en qué hacer si yo fallecía en uno de mis viajes de
trabajo. Además le enviaría crónicas y reportajes para que el se
los hiciese llegar a la agecia de noticias Reuter, por si acaso no
lograba enviarlos yo. Como añadido de seguridad.
Como todas las
partidas. Y aún tratándose de un destino relativamente tranquilo.
La idea de que no volvería se apoderó de mi. Como siempre el wisky
tranquilizó mis ánimos.
Kiko Cabanillas.
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