Y ya efectivamente me había convertido
en corresponsal de guerra, especializado en el conflicto sirio. Me
había separado y estaba enganchado a las drogas y al alcohol.
Me hallaba en Alepo, que en aquellos
momentos vivía un crudo ataque de los rebeldes contra el ejército
proruso de Al Assad.
Me dirigía con mi Canon a hacer fotos
de los dramáticos resultados de las bombas.
Y caminando por los restos de una calle
principal me dieron el alto. Yo iba vestido con un chaleco que decía
“Press”. Insistí: “Journalist”.
Me dijeron en mal inglés que yo era un
proruso disfrazado de periodista. Por lo cual me iban a matar. Todo
estaba claro: Iba a morir.
Entonces le pedí al rebelde diez
minutos para escribir mi última crónica: La de mi muerte.
El permiso me fue concedido.
Narré como era la situación política
en la zona. Que yo cubría para varios periódicos españoles.Y como
había sido detenido y ajusticiado pues creían que era un proruso.
Justo en el momento en que acababa mi
crónica el ejército sirio abrió fuego sobre nuestras posiciones,
hiriéndome en un brazo y matando a mis captores.
Me había librado de una muerte segura.
Y tuve que modificar el final de mi crónica.
Tan sólo recuerdo que me pasé los dos
días siguientes entre el sueño y las alcinaciones, pues al llegar
al hotel consumí mucha mariguana y varios tripis.
Finalmente regresé a España, donde
escribí un libro sobre la guerra siria.
Y cuando ya estaba establecido con mi
nueva pareja, la situación en Siria dio un giro de 180 grados, al
caer Al Assad. Con lo cual ni corto ni perezoso regresé al campo de
batalla.
Era la segunda vez que dejaba a una
familia para irme a la guerra. Y no sería la última.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
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