Como todos los días me desperté a las
siete y bajé a desayunar. Al acabar me dirigí al despacho a
escribir. No tenía tema.
Santi y mi mujer dormían
profundamente. Así es que le pedí a Satanás que me dejase vivir en
los sueños de Santi.
Accedió, pues en días anteriores yo
ya le había vendido mi alma.
Así fue como me introduje en el alma
del pequeño.
Iba corriendo por el paseo marítimo
junto a Bob Esponja. Ambos nos parábamos a comprar un helado de
chocolate.
Después nos dirigíamos al puerto,
donde nos esperaba mi barco pirata.
Partíamos hacia el Caribe sin perder
tiempo.
Y de camino asaltábamos un barco
inglés. Matábamos a toda la tripulación y torturábamos a las
mujeres -a las que también hacíamos cosas feas-.
Llegábamos a las islas británicas y
éramos recibidos por la reina, a quien llevábamos de regalo unas
perlas, que le hicieron mucha ilusión.
Un ruido en el cuarto de mi mujer y
Santi me interrumpió el sueño.
Santi se había despertado.
Fin del capítulo uno.
Entonces fue cuando caí en la cuenta
de que mi alma estaba condenada sin remisión.
Sin embargo, nada me importaba. Viviría
con mi gente: Putas, yonquís y colgaos, poetas y trastornaos. Y
entre tanto viviría los sueños de Santi y tendría muchas otras
licencias.
Kiko Cabanillas.
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