El caso es que no conseguía superar la
amebiasis hística que había contraído ese verano en la India.
Necesitaba estar sólo. Y en el monte.
Localizé un sitio para dormir: Una
cabaña en pésimo estado.
Pasé la noche en ella.
Mis constantes diarreas sanguinolientas
provocaron que el lugar se convirtiera en una auténtica pocilga.
Por la mañana café instantáneo en el
camping gas, galletas y...
Me dispuse a hacer cumbre.
Llevaba encima una pequeña mochila y
una esterilla.
El ascenso fue sencillo. De todos modos
era consciente de que había incumplido una norma de todo buen
montañero: Nunca ir sólo.
La bajada se hizo complicada pues había
mucha nieve y con ello la posibilidad de resbalar.
Y así fue.
Cuando iba a colocar un pié en mi
descenso, resbalé y...
Toda mi vida pasó por mi mente como en
un suspiro: El Club de Campo de niño, mi perro Xeito, la Dumplop
Maxply de mi hermano Javier, el Museo del Prado con mi padre, el
colegio mayor, mi novia irlandesa y mi primer beso...
Y como por arte de magia tras
deslizarme por la nieve y salir volando, finalmente aterricé en una
montaña de nieve.
Amortiguado el golpe, me incorporé:
Estaba perfectamente.
Al llegar al bar del pueblo me tomé un
café y una copa de cognac.
Tomé un autobús y regresé a Madrid.
Mismidad.
Kiko Cabanilas.
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