Y entre bombas, muerte y dolor..., en
Alepo.
En una ciudad destruida y prácticamente
sin alimento ni agua.
La edad del juego...
La fantasía de los niños puede
explicarse casi todo.
Se acostumbran a ver cadáveres,
incluso de otros niños.
De su familia va desapareciendo gente
bajo la metralla.
“Me contaba un refugiado sirio: En
mis sueños se aparece un muerto que vi en mi ciudad. Siempre es el
mismo. Y eso que vi muchos.”
Su casa destrozada les lleva a buscar
refugio allí donde sus padres le indican.
No comprenden términos como “rebelde”.
Ellos sólo son niños.
Y necesitan jugar.
“Aquellos terribles años en los que
fuimos tan felices”, recordarán con el paso de los años. Cuando
el tiempo haya cargado sobre sus hombros la terrible madurez. La
comprensión y el dolor de la cruda vida.
Alepo fue su jardín. Jugaban con
casquillos de balas.
Unos eran rebeldes y otros partidarios
de Bashar al Assad.
Pero todos disfrutaban imitando la vida
de los mayores.
La Cruz Roja les hace llegar comida y
ropa.
Y ellos sin más la toman con
naturalidad, sin explicarse muy bien por qué no pueden comer como
antes. “Ah, claro por la guerra”.
La guerra de los mayores.
“Y luego dicen que somos los niños
los que discutimos. Acaso no sois los suficientemente mayores como
para pelearos tanto”, se pregunta un pequeño sirio con la cara
tiznada de hollín.
Pero se harán mayores y comprenderán
todo. Que la vida es un juego muy triste. Que los sueños se acaban
con la infancia. Y que cada día que pasa es una jornada más en la
que comenzamos a morir.
Kiko Cabanillas.
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