Tenía yo
diecisiete años aquél verano. Fuí a hacer un curso de inglés a
Londres. Mi hermano Javier estaba en la city haciendo unas prácticas
de su carrera: Empresariales.
Fue un verano muy
tórrido: Tuve dos novias: La murciana María: Y la brasileña
Claudia: Bailarina.
Llegó el momento
de marcharme pero mi amor de Sao Paulo tiraba de mí.
Así es que me
busqué trabajo: Lo encontré de camarero en Richmond Park.
Animé a mi
hermano Javier para que trabajase conmigo y así lo hizo.
Todavía recuerdo
el ataque de risa que le dio cuando me descubrió en el retrete
comiéndome un sandwich de pollo.
El más veterano
de los camareros era Mister Millman: caballero londinense, correcto y
afectuoso.
El me enseñó el
oficio.
Trataba con suma
educación a los clientes e iba inmaculado en su uniforme.
Era el espíritu
del lugar.
Utilizaba un
lenguaje casi académico con variadas acepciones londinenses.
No sólo me enseñó
a ser “waitter” sino que con él logré unos avances en el
dominio del inglés que ni en broma pueden conseguirse en la mejor de
las academias.
“Dos rodajas de
tomate y dos de pepino”, me ordenaba mi jefe de cocina. “Is
enough”.
Molesto porque yo
diseñaba unos sandwiches cargadísimos como si fueran para mí.
La que sería mi
novia brasileña también trabajo en el local por mediación mía.
A mi lío con
María no le dí continuidad pero con Claudia viajaría en plan
parejita a Alemania en Navidades.
Kiko Cabanillas.
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