“Soy un hombre de 50 años”. Así
comienza mi presentación en mi turno de intervención en mi clase de
árabe impartida por el joven sirio Ahmad, en el bar Waikiki de la
coruñesa Estrecha de San Andrés.
Después de la clase, bromeando con
mi edad, el profe me dijo: “Pero Kiko si ya tienes el pelo blanco”.
Y es que efectivamente ya ha pasado un
siglo desde mis primeros porros en la Cruz de la Alameda de
Pontevedra, donde soñábamos con escaparnos de casa con un saquito
de marigüana en la mochila.
Pues eso...La semana pasada Kaki me
invitó a un par de petardos a la vuelta de una cena familiar y estuve
durmiendo 17 horas para recuperarme.
Fueron los cincuenta años los que
cumplió mi padre cuando yo lleno de sorna le regalé un bastón. Hoy
tiene 84 y ya usa el bastón.
Han pasado más de veinte años desde
que contraje matrimonio por la Apostólica y Romana con esa bella
mujer de ojos celestes, con la que tuve dos hijos, de la cual vivo
separado y estoy en trámites de separación.
Santo Domingo, Marruecos, Méjico,
Nueva York, las Alpujarras...
Seguí viajando de casado, aunque por
fin abandoné los destinos de tercer mundo, que tanto me fascinaban y
me fascinan.
Llego a los cincuenta con muchos países
bajo mi mochila. Y mucho país en desarrollo: India, Nepal Turquía,
Marruecos, Méjico... Casi toda Europa. EEUU. Y más...
Me encuentro por fin medianamente
reestablecido de la discaopacidad que presento desde mi accidente de
tráfico sufrido hace ya veinte años, sí, tras mi viaje de novios.
Tengo dos hijos maravillosos, uno de
ellos con un fascinante Síndrome de Down. Y la otra estudiante de
Derecho y Antropología en Madrid.
Vivo sólo con mis libros. Y extraigo
de la Biblioteca Municipal de Los Rosales una media de cinco libros
semanales.
Amo la poesía. La Promoción poética
de los cincuenta y a Leopoldo María Panero.
Y eso...
Kiko Cabanillas.
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