Todo comenzó
cuando yo -muy deprimido por mi separación- decidí volver a la
India, donde tan féliz había sido.
De nuevo me hice
voluntario de la Madre Teresa de Calcuta. Y de nuevo fui feliz.
Tenía mucho miedo
a que nada sería como a los veinte años, ya que tenía cumplidos
los cincuenta.
Como antaño
leprosos y sidosos me ocupaban todo el día. De nuevo los afeitaba.
Pero...
Me contagié de la
lepra.
“Sí no hay
duda, tienes que ir a un hospital”, me dijo una estudiante de
Medicina que también trabajaba de voluntaria.
Y así fue como me
dirigí al hospital central de Calcuta.
Allí me trataron
muy bien por el mero hecho de ser extranjero. Pero las medidas
higiénicas eran espantosas. A mi vera había un tirador de
ricksaw..
“No te
preocupes, la vida es eterna”, dijo.
“¿Y eso...?”,
pregunté.
“Pues sí,
morimos eternas veces reencarnándonos en personas diferentes, en las
que volvemos a nacer y morir. Pero la vida fluye y no para nunca. A
excepción de que hagas malas obras, en cuyo caso desapareces para
siempre. Esto es lo que los católicos llaman infierno.
El ciclo se
interrumpe al final, cuando nuestra perfección esta casi lograda.
Cuando llegamos al Nirvana, donde vivimos con los dioses”, dijo mi
compañero.
Entonces fue
cuando vino al hospital mi hermano Javi, quien me sacó de allí. Y
en un avión me encaminó a Londres, al mejor hospital de Medicina
Tropical y Lepra.
En seis meses
estaba curado, aunque perdí un brazo.
Y yo se que de
nuevo volveré a la India, a morir.
Kiko Cabanillas.
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