Estaba lloviendo ligeramente cuando
salí de mi casa coruñesa aquel domingo de Enero del 2017.
Fui a la farmacia a comprar productos
dentales: “PerioKin” y “SensiKin”. Colutorio y pasta de
dientes.
Ya de regreso a casa pasé por delante
de un contenedor. Y me dije: Pues voy a tirar la bolsa y me guardo
todo en el abrigo...
Sujetando el contenido plegué la bolsa
con la intención de liberarla y así poder tirarla. Pero...
Los productos permanecieron pegados a
su envoltorio: Bolsa y contenido fueron a parar al interior del
contenedor.
Sin pensármelo dos veces puse el pie
en una barra de hierro que rodeaba el contenedor y me dejé caer en
el interior. Cogí pasta y colutorio, me dispuse a salir...
Resbalaba en la pared de plástico y no
podía moverme. Fuertes remordimientos por haber entrado.
Lo intenté en repetidas ocasiones. Y
cuando ya era plenamente consciente de que jamás podría salir grité
pidiendo auxilio.
Pero nadie se inmutaba. Era como si no
me vieran.
Grité desaforadamente al lado de
varios transeuntes pero nada.
Ya habían pasado dos horas.
Me había tranquilizado pensando en que
tarde o temprano alguien me sacaría de allí.
Para colmo estaba ya empapado de la
lluvia.
Otras dos horas y nada.
Anochecía.
Desgraciadamente pensé que tendría
que pasar la noche allí.
Fue terrible. Tosía y estornudaba sin
cesar y no había podido dormir nada.
Era como invisible.
El hambre me hacía sonar las tripas.
Y otra jornada preso.
Noche en la que ya pude dormir algo.
Más bien me desmayé.
Y otro día.
Hambre, mucha hambre.
Jamás podría salir.
Hasta que al quinceabo día fallecí
víctima de una neumonía y de inanición y sed.
Entonces me di cuenta de que todo
saldría mal si intentaba arrojar la bolsa de la farmacia al
contenedor. Y junto a los productos dentales en su interior la guardé
en mi abrigo y miré con odio al contenedor.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario