En un restaurante de Pontevedra nos
reunimos los antiguos colegiales del Colegio Sagrado Corazón de
Jesús nacidos en 1966.
Viejos, calvos y con hijos adultos nos
vimos treintas años después.
Yo dormí en casa del Nanas, quien me
enseñó todas las postales que le envié desde los innumerables
países por los que viajé. Desayuno de hotel. Toallas preparadas.
Todo a punto.
También vi al “peixeiro”, que
sigue tan animal como siempre.
Y a Richard, abogado por fin.
Chus y el Bolo casados y con una casa
maravillosa y hijos con el pelo tan rojo como la madre.
El “Patoso” estuvo pinchando, temas
de nuestros tiempos.
Yo estuve toda la noche con el “Negro”,
quien es profesor de instituto y carpintero.
Pero lo más importante de todo es que
me sentí querido.
Tengo amigos en Pontevedra y allí
pienso volver a menudo.
De hecho ya tengo al Nanas buscándome
un hotel barato o pensión donde pienso recluirme a escribir, al
tiempo que disfruto de la compañía de los míos.
El señor Acuña, tan serio como
siempre y entrañable con la edad.
Me recordaron constantemente como yo
fui expulsado del colegio por rajarle las ruedas al Chano, profesor
de inglés.
Ya entrada la noche hicieron aparición
algunos de mis amigos del Instituto Sánchez Cantón, como Nito,
quien conserva ese aire de duende malvado.
Mucho vino, copas y cerveza.
Cocido para comer, abundante y
delicioso.
Recordamos acampadas, noches de
desfase, robos de motos, trabajos electorales de pegadas de
carteles...
Yo fui un golfo y así me lo
recordaron.
La mayoría no me había visto desde mi
accidente casi mortal del cual conservo una minusvalía. Y fue para
ellos muy agradable comprobar que el espíritu de su amigo Kiko sigue
tan integro como siempre.
“Menudo susto nos diste”, decían
todas las caras al verme.
Esperaremos ansiosos la próxima
xuntanza.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
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