30 de mayo de 2017

Mi Ramadán en el Sáhara.

Tenía veintitantos años y me había ido de viaje mochilero a Marruecos con Ana (la mujer de la que me acabo de separar).
Guía, mochila y esterilla. Y mucha juventud.
Aceptamos la oferta de unos jóvenes árabes que nos propusieron ir a pasar unos días al desierto, en una cabaña de bereberes.
Así fue como llegamos en el cuatro por cuatro...

Pero amigo estábamos en Ramadán. Con lo cual no comían en todo el día. Nosotros podíamos comer, pero no estaba muy bien visto.

Y como buen pecador...

Yo llevaba en un lateral de la mochila una barra de lomo gallego.
Así es que sobre las seis -sin comer en todo el día- ataqué la barra de lomo: Manjar sin igual. Y le di a Ana.

Pero la venganza de Mahoma calló sobre mí: Un apretón me descompuso el vientre y cagué en repetidas ocasiones por espacio de unos ciento cincuenta metros de arenal.

Total que cuando llegó la hora de comer para los beduinos, éstos no salían de su asombro al ver cómo rechazaba todo alimento.
A la mañana siguiente ya estaba recuperado.
Fue sin más una vendetta espiritual. Así pues que a nadie se le ocurra comer cerdo en Ramadán pues lo menos que le pasará es que se cague pata abajo.
                                     Kiko Cabanillas.

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