29 de junio de 2017

-El doble.

Acababa de cambiar el folio en mi “Underwood” cuando de repente mi mirada se detuvo,
en aquel ejecutivo agresivo.
Traje de Armani,
zapatos con puntera,
y fumando Lucki Strike si cesar.

Pasó al lado mío sin siquiera mirarme.

Y yo me coloqué el flequillo ajustándome la gomina.
Pero...

“Si yo no uso gomina”, reflexioné.
Acto seguido me paré ante el semáforo.

Yo era él.

La última imagen que tuve de mí mismo fue
la de alguien que se esfuerza en salir de sí.
Así pues seguí: Entre en mi oficina y saludé a todo el mundo por su nombre.
Me instalé en mi despacho y comencé a trabajar.

Sabía en todo momento que es lo que tenía que hacer.
Análisis, balances, gráficos.
Yo era un economista.

Nervioso por haber podido dar muerte al escritor,
salí a la calle y me desplacé a mi mal llamado despacho,
allí estaba como obnubilado,
No escribía,
simplemente veía pasar el tiempo.

Tengo las solución pensé.

“Kiko quiero que me redactes un relato”, dije.
De la experiencia de suplantación que he vivido.

Y así todo volverá a la normalidad.

Y así fue queridos lectores como fué parido este relato.

El final es sencillamente que yo volví a ser un escritor callejero.
Y Eduardo volvió a su vida de ejecutivo agresivo
sin siquiera sospechar que un día su alma fué duplicada por un escritor.

Un escritor que prefirió vivir sus sueños,
antes que los del nuevo parasitado.
Dinero, fama y trabajo no bastaron,
Para que Kiko dejase de vivir la Literatura.


Kiko Cabanillas.

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