Acababa de cambiar el folio en mi
“Underwood” cuando de repente mi mirada se detuvo,
en aquel ejecutivo agresivo.
Traje de Armani,
zapatos con puntera,
y fumando Lucki Strike si cesar.
Pasó al lado mío sin siquiera
mirarme.
Y yo me coloqué el flequillo
ajustándome la gomina.
Pero...
“Si yo no uso gomina”, reflexioné.
Acto seguido me paré ante el semáforo.
Yo era él.
La última imagen que tuve de mí mismo
fue
la de alguien que se esfuerza en salir
de sí.
Así pues seguí: Entre en mi oficina y
saludé a todo el mundo por su nombre.
Me instalé en mi despacho y comencé
a trabajar.
Sabía en todo momento que es lo que
tenía que hacer.
Análisis, balances, gráficos.
Yo era un economista.
Nervioso por haber podido dar muerte al
escritor,
salí a la calle y me desplacé a mi
mal llamado despacho,
allí estaba como obnubilado,
No escribía,
simplemente veía pasar el tiempo.
Tengo las solución pensé.
“Kiko quiero que me redactes un
relato”, dije.
De la experiencia de suplantación que
he vivido.
Y así todo volverá a la normalidad.
Y así fue queridos lectores como fué
parido este relato.
El final es sencillamente que yo volví
a ser un escritor callejero.
Y Eduardo volvió a su vida de
ejecutivo agresivo
sin siquiera sospechar que un día su
alma fué duplicada por un escritor.
Un escritor que prefirió vivir sus
sueños,
antes que los del nuevo parasitado.
Dinero, fama y trabajo no bastaron,
Para que Kiko dejase de vivir la
Literatura.
Kiko Cabanillas.
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