Todo parecía sencillo en el favor que
me había pedido Hahmad.
Pero no.
¡No podía ser!
Las cajas que había recogido ayer no
sólo no se notaban, sino que parecía que había más.
Supuse que era error mío, en la
percepción del conjunto.
Pero sin poder evitarlo conté las
cajas. Había ochenta y tres.
Y al día siguiente volví a contarlas:
Noventa y cuatro. Y eso que ya habíamos cerrado y trasladado unas
doce.
Por las inmediaciones del local había
siempre un hombre vestido de rojo y muy delgado.
Centró mis sospechas desde un
principio. Y un día le dije: ¿Qué hace usted siempre por aquí?.
¿Le puedo ayudar en algo?.
“Verás -dijo- esta ropa va para
campos de refugiados de Grecia. Actuación que yo quiero abortar.
Razón: Soy enviado de Belcebú. Jamás
acabareis vuestro trabajo.
Acongojado y ciertamente preocupado
decidí no contárselo a mis compañeros pues se reirían de mi.
El caso es que seguimos trabajando con
numerosos voluntarios...Y pronto fueron varias las personas que
sostenían que cada vez había más cajas.
Así es que busqué al enano colorado y
lo até en los cuartos de baño del local.
Lo dejé allí varios días, sólo lo
veía para darle de comer y beber.
El caso es que mientras estuvo allí el
ritmo decreciente delas cajas volvió a la normalidad.
El trabajo cundía de nuevo.
Un día muy caluroso desaté a nuestro
amigo y le hice la siguiente proposición: “Verás yo entregaré mi
alma al diablo si a cambio me permites escribir como los ángeles. Y
me aseguras un futuro exitoso en el mundo de la literatura actual”.
“De acuerdo. Pero sólo si me sacas
de aquí. Y yo dejaré de multiplicarlas cajas”, aseguró.
Ya tenía varias novelas publicadas,
pero sin éxito alguno.
Mi nueva novela fue un éxito absoluto.
Versaba sobre la vida de los
voluntarios en trabajos de ONGs.
Mundo que yo conocía bien y que no me
costó trabajo novelar.
Pronto llegó el dinero. Podría vivir
sólo de lo que escribía.
Y es más: Lo que el pequeño duende no
sabía es que yo previamente ya había vendido mi alma al diablo para
salvar la vida a un pequeño so malí enfermo de Sida. El VIH
desapareció de su vida y yo quedé condenado al infierno.
Pero amigos...Dónde iría toda la
gente interesante del mundo: Al cielo o al infierno. Pues obviamente
al infierno. Lugar al que ya dirija mis pasos sin temor alguno.
Me quemaré,
Y pondré un puesto de castañas
asadas,
Con todos mis amigos: Putas, yonquies y
colgaos, poetas y transtornaos.
Kiko Cabanillas
No hay comentarios:
Publicar un comentario