5 de junio de 2017

-Las cajas se multiplican.

Todo parecía sencillo en el favor que me había pedido Hahmad.
Pero no.
¡No podía ser!
Las cajas que había recogido ayer no sólo no se notaban, sino que parecía que había más.
Supuse que era error mío, en la percepción del conjunto.

Pero sin poder evitarlo conté las cajas. Había ochenta y tres.
Y al día siguiente volví a contarlas: Noventa y cuatro. Y eso que ya habíamos cerrado y trasladado unas doce.

Por las inmediaciones del local había siempre un hombre vestido de rojo y muy delgado.
Centró mis sospechas desde un principio. Y un día le dije: ¿Qué hace usted siempre por aquí?. ¿Le puedo ayudar en algo?.
“Verás -dijo- esta ropa va para campos de refugiados de Grecia. Actuación que yo quiero abortar.
Razón: Soy enviado de Belcebú. Jamás acabareis vuestro trabajo.

Acongojado y ciertamente preocupado decidí no contárselo a mis compañeros pues se reirían de mi.

El caso es que seguimos trabajando con numerosos voluntarios...Y pronto fueron varias las personas que sostenían que cada vez había más cajas.

Así es que busqué al enano colorado y lo até en los cuartos de baño del local.

Lo dejé allí varios días, sólo lo veía para darle de comer y beber.

El caso es que mientras estuvo allí el ritmo decreciente delas cajas volvió a la normalidad.
El trabajo cundía de nuevo.

Un día muy caluroso desaté a nuestro amigo y le hice la siguiente proposición: “Verás yo entregaré mi alma al diablo si a cambio me permites escribir como los ángeles. Y me aseguras un futuro exitoso en el mundo de la literatura actual”.
“De acuerdo. Pero sólo si me sacas de aquí. Y yo dejaré de multiplicarlas cajas”, aseguró.

Ya tenía varias novelas publicadas, pero sin éxito alguno.
Mi nueva novela fue un éxito absoluto.

Versaba sobre la vida de los voluntarios en trabajos de ONGs.
Mundo que yo conocía bien y que no me costó trabajo novelar.

Pronto llegó el dinero. Podría vivir sólo de lo que escribía.

Y es más: Lo que el pequeño duende no sabía es que yo previamente ya había vendido mi alma al diablo para salvar la vida a un pequeño so malí enfermo de Sida. El VIH desapareció de su vida y yo quedé condenado al infierno.

Pero amigos...Dónde iría toda la gente interesante del mundo: Al cielo o al infierno. Pues obviamente al infierno. Lugar al que ya dirija mis pasos sin temor alguno.

Me quemaré,
Y pondré un puesto de castañas asadas,

Con todos mis amigos: Putas, yonquies y colgaos, poetas y transtornaos.
                          Kiko Cabanillas

No hay comentarios:

Publicar un comentario