Instalado en mi despacho, fue Mohamed
el primero en darme los buenos días esa lluviosa mañana.
Venía como siempre vestido con
vaqueros y una sudadera. Moda todo a cien. Y calzaba unas deportivas
que se rompían sólo mirarlas.
Yo le había dado clases de español a
Mohamed con la ONG Ecos do Sur.
Estuvo una temporada viviendo en el
“Refugio” de Padre Rubinos, para instalarse finalmente en casa
de unos compatriotas, en un piso patera.
Le llamaban el “Risky”, pues así
se conocen a los que desafían a los acantilados para saltar la valla
de Melilla y esconderse en uno de los barcos que cruzan el Estrecho.
“Sabah alkhyr, Buenos días, Mohamed,
cuánto tiempo sin verte. ¿Cómo te va?”, le saludé.
“Pues bastante bien. Vivo con ocho
compatriotas en la calle Barcelona. Tengo trabajos temporales”,
señaló.
“¿Y tú, sigues en Ecos con tus
clases?, añadió.
“Pues no Mohamed. Ahora me dedico a
vivir de lo que escribo”, sentencié.
“¿Y te llega?, preguntó.
“No muy bien pero es igual. Vivo con
lo justo”.
Acto seguido le pregunté si vendría
conmigo mañana a la Escuela de Idiomas, para hablar con una profe
amiga mía al objeto de ver si podía dar clases.
Olga, mi profe amiga, nos dijo que para
dar clases hace falta el título de profesor, pero que podía dar
clases particulares por un precio módico en el bar “Las Redes”.
Mohamed aceptó encantado.
Y su vida cambió de la noche al día.
Casi todas las semanas venía a verme a
mi despacho y me contaba cómo prosperaba en sus enseñanzas.
Poco tiempo después dejó de venir,
pues ya me había dicho que iba a estar muy liado pues se iba a casar
-por lo civil- con una argelina, Aamaal, que había conocido dando
clases.
Desde ese día todo le fue bien a
Mohamed.
Un año después, estaba yo escribiendo
con mi “Underwood” en la calle cuando de repente vinieron a verme
y a enseñarme a su vástago: Abban.
Mohamed trabajaba en “Reto”, una
ONG de ayuda al toxicómano, pues su terrible pasado incluía una
fuerte adicción al pegamento. Y ahora en la señalada organización
le daban un sueldo mínimo.
Aamaal trabajaba en una peluquería,
con lo cual tenían lo suficiente para los tres.
Fue ese día cuando le propuse a
Mohamed recibir clases de literatura. Yo se las impartiría.
Aprendió rápido. Tan rápido que a
los trece meses ya estaba publicando.
Comenzó con editoriales pequeñas.
Pero pronto se lo rifarían las más
importantes.
Eso sí,
Mohamed nunca dejó de visitarme.
Y me estuvo eternamente agradecido.
Su casa era la mía.
Y yo rompía el Ramadán con ellos.
(Harira). Y por supuesto guardaba el ayuno.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario