6 de julio de 2017

-El barrio coruñés de Los Rosales.

Atado a mi “Underwood”rememoraba mi reciente biografía.
Después de mi terrible accidente vivimos un año en la calle San Pedro de Madrid y otro en Santiago de Compostela. Pero finalmente decidimos comprarle a mi hermano Javier un local en el Centro Comercial Los Rosales, donde pusimos una tienda de prensa y librería, de la que vivimos cómodamente diez años. En la misma manzana del centro comercial compramos un duplex que se llevó toda mi indemnización. La hipoteca la liquidaríamos años después con la herencia de mi madre.

El barrio de Los Rosales es mayoritariamente de parejas jóvenes de clase social media.
Está muy bien comunicado por buses y tiene todo tipo de servicios: Centro de Salud, Farmacia, Centro Comercial, Pescadería, Carnicería, Iglesia, Taxis. Y todo lo que pudiera hacer falta.

La carnicería Paco es mucho mejor que la del centro comercial. Asimismo, con el pescado ocurre lo mismo. Aunque el del centro comercial no es nada malo.
Realmente lo que es difícil en Galicia es tener pescado malo.

Hay también una frutería bastante buena.

Yo todos los viernes hago una compra en el centro comercial que luego me llevan a casa.
Todo tipo de comestibles excepto las carne, que la compro en Paco.
En la citada carnicería elaboran además una lasagna maravillosa. Y eso que yo no compro platos precocinados, pues prefiero realizarlos yo.

En cuanto a restaurantes en el barrio no está muy bien provisto. Pero yo voy mucho al restaurante mexicano “Tamarindo” que no está lejos. Y me emborracho sistemáticamente con pisco.

Lo que me gusta mucho también es ir al mercado de San Agustín o al de la Plaza de Pontevedra.

Allí tienen un pescado de fábula. Y un bizcocho delicioso para completar mis desayunos. Pero que cada vez me dura menos.

Una clave para disfrutar realmente del mercado de San Agustín es hacer una parada previa en el bar de mi amigo Modesto
y tomare a las once de la mañana
un vermú con ginebra y un pincho de tortilla.

Tortilla comparable a la de mi primo Enrique.

Kikón y su mujer Vicky me han prometido una visita
después del verano
cuando estén ya jubilados.

Les enseñaré en profundidad el barrio.

Y los llevaré al mexicano y al bar de bocadillos de panceta y de calamares, La Bombilla,
pues yo sé que les cautivan
ya que en mis fines de semana madrileños
siempre aconsejaban
bares excepcionales y baratos.

Yo sigo en su línea.
                            Kiko Cabanillas
               


























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