12 de julio de 2017

-Filosofía para niños.

“No sólo me gusta la literatura, me hubiese gustado ser profe de Filosofía para niños en el rural gallego”, pensaba asido a mi “Underwood”. Pues lo seré...

Y es que todos se reían de mi cuando les comunicaba mi destino de profesor de primaria: Combarro.

Así pues allí me dirigí para tomar posesión de mi puesto, buscar casa y conocer a mis alumnos.

Todos hablaban gallego.

Yo había tenido a Ana dándome clases de gallego a domicilio durante más de dos años, con lo cual no tenía problemas en la lengua de Pondal.

Los alumnos eran mucho más espabilados que los de la urbe, pero con peor formación.

La casa que alquilé era de piedra con calefactores eléctricos.
Y un mueble bar a la entrada donde no faltaba el aguardiente.

La taberna era el centro de reunión. La mayoria eran mariñeiros.

En un año había conseguido que mis alumnos tuvieran un nivel de conocimientos en Filosofía equiparable a los de la ciudad.
Y lo que era más interesante...Conseguí poner en marcha una biblioteca que era la envidia de las aldeas vecinas.

En cuanto a mi vida personal todo iba viento en popa.
Había iniciado una relación con una viuda joven, María, que perdió a su marido en el Gran Sol.
Tenía un hijo, Raúl, que iba en mi clase.
Y al que quería tanto como a su madre.

Pasados cinco años Raúl fue a Santiago a estudiar Derecho. Y su madre estaba embarazada de mi, que por aquél entonces ya había cumplido los sesenta años.

María me llenaba completamente. Y yo me esforzaba por enseñarle tanto Filosofía como Historia. Era muy buena alumna.

Mi hermano Javier, también mi amigo, se esforzó mucho en hacerle ver a la familia que ese era mi sueño y que debía ser respetado.

Viajé mucho con María: Le enseñé Londres, donde acudimos al concierto “Proms”. Disfrutamos de Italia, Grecia, Turquía.
Incluso fuimos a la India, pero no ya como el mochilero que era yo cuando fui sino con todo tipo de comodidades y dinero.

En Turquía compramos alfombras que pusimos en la casa de María en la que vivíamos e incluso montamos una sala de té.
Dicha sala se convirtió en lugar de reunión en Combarro.
Y allí había siempre desde políticos hasta escritores, escultores y actores.

Ganó prestigio y hubo que convertir la sala de té en una casa aparte.
                                                                  Kiko Cabanillas.






































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