“No sólo me
gusta la literatura, me hubiese gustado ser profe de Filosofía para
niños en el rural gallego”, pensaba asido a mi “Underwood”.
Pues lo seré...
Y es que todos se
reían de mi cuando les comunicaba mi destino de profesor de
primaria: Combarro.
Así pues allí me
dirigí para tomar posesión de mi puesto, buscar casa y conocer a
mis alumnos.
Todos hablaban
gallego.
Yo había tenido a
Ana dándome clases de gallego a domicilio durante más de dos años,
con lo cual no tenía problemas en la lengua de Pondal.
Los alumnos eran
mucho más espabilados que los de la urbe, pero con peor formación.
La casa que
alquilé era de piedra con calefactores eléctricos.
Y un mueble bar a
la entrada donde no faltaba el aguardiente.
La taberna era el
centro de reunión. La mayoria eran mariñeiros.
En un año había
conseguido que mis alumnos tuvieran un nivel de conocimientos en
Filosofía equiparable a los de la ciudad.
Y lo que era más
interesante...Conseguí poner en marcha una biblioteca que era la
envidia de las aldeas vecinas.
En cuanto a mi
vida personal todo iba viento en popa.
Había iniciado
una relación con una viuda joven, María, que perdió a su marido en
el Gran Sol.
Tenía un hijo,
Raúl, que iba en mi clase.
Y al que quería
tanto como a su madre.
Pasados cinco años
Raúl fue a Santiago a estudiar Derecho. Y su madre estaba embarazada
de mi, que por aquél entonces ya había cumplido los sesenta años.
María me llenaba
completamente. Y yo me esforzaba por enseñarle tanto Filosofía como
Historia. Era muy buena alumna.
Mi hermano Javier,
también mi amigo, se esforzó mucho en hacerle ver a la familia que
ese era mi sueño y que debía ser respetado.
Viajé mucho con
María: Le enseñé Londres, donde acudimos al concierto “Proms”.
Disfrutamos de Italia, Grecia, Turquía.
Incluso fuimos a
la India, pero no ya como el mochilero que era yo cuando fui sino con
todo tipo de comodidades y dinero.
En Turquía
compramos alfombras que pusimos en la casa de María en la que
vivíamos e incluso montamos una sala de té.
Dicha sala se
convirtió en lugar de reunión en Combarro.
Y allí había
siempre desde políticos hasta escritores, escultores y actores.
Ganó prestigio y
hubo que convertir la sala de té en una casa aparte.
Kiko Cabanillas.
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