4 de julio de 2017

Porros.

Recordé ese día mi relación con las drogas, socialmente admitidas y delictivas.
Mis primeros porros me los fumé yo en Madrid con doce o trece años, con Pirri, un amigo muy lanzado que consumía habitualmente.
Para mi fue toda una sorpresa.
Estar fumao era realmente interesante.

Luego nos fuimos a Pontevedra, donde era un hábito mucho más extendido por ser esta ciudad puerto de entrada masiva de hachís.
La juventud gallega consumía muchos porros.
Siempre que salías de noche caía alguno.

Con la puerta de entrada del hachís conocí el mundo de los yonquies, que vendían mucho chocolate para pagarse el vicio.

Pero de Galicia me trasladé al internado Monfort, de niños bien descarriados de nivel económico alto.
Eran consumidores habituales de droga, sobre todo hachís, pero también droga dura: Caballo y Cocaína.

Así pues en el Monfort me dejé llevar por el consumo de hierba. Salía con una malagueña y fumábamos seguido. Porque no follábamos. Terrible.

El caso es que ya de viejo: Cincuenta años he vuelto a tener contacto con el hachís. Un día por un amigo de mi hermano Javier y otro por mi colega escritor Jacobo.
Pero lo cierto es que no me conviene porque incrementa mis disfunciones neurológicas. Y aunque me de la sensación de que ando de maravilla no es así sino todo lo contrario.
De todos modos todo consiste en no andar mucho cuando se vaya a consumir.
Y es que yo al espíritu que proporciona el hachís no pienso renunciar por nada del mundo.

Miento, si renuncié. Porque la semana pasada le pedí a Paco que me consiguiese un Globo de hachís, pero luego ante el temor de caer le dije que me echaba atrás.

Me queda mi colegas escritor Ernesto, con quien sin duda alguna más de un día me intoxicaré.


Serenidad.
Risa floja.
Apetito.
Sociabilidad.
Sexo pausado y sereno.

Vida marginal.
Colegas.
Conocimiento.
Negocio.

Este es el maravilloso mundo del chocolate.

                                 Kiko Cabanillas.



























No hay comentarios:

Publicar un comentario