Recordé ese día
mi relación con las drogas, socialmente admitidas y delictivas.
Mis primeros
porros me los fumé yo en Madrid con doce o trece años, con Pirri,
un amigo muy lanzado que consumía habitualmente.
Para mi fue toda
una sorpresa.
Estar fumao era
realmente interesante.
Luego nos fuimos a
Pontevedra, donde era un hábito mucho más extendido por ser esta
ciudad puerto de entrada masiva de hachís.
La juventud
gallega consumía muchos porros.
Siempre que salías
de noche caía alguno.
Con la puerta de
entrada del hachís conocí el mundo de los yonquies, que vendían
mucho chocolate para pagarse el vicio.
Pero de Galicia me
trasladé al internado Monfort, de niños bien descarriados de nivel
económico alto.
Eran consumidores
habituales de droga, sobre todo hachís, pero también droga dura:
Caballo y Cocaína.
Así pues en el
Monfort me dejé llevar por el consumo de hierba. Salía con una
malagueña y fumábamos seguido. Porque no follábamos. Terrible.
El caso es que ya
de viejo: Cincuenta años he vuelto a tener contacto con el hachís.
Un día por un amigo de mi hermano Javier y otro por mi colega
escritor Jacobo.
Pero lo cierto es
que no me conviene porque incrementa mis disfunciones neurológicas.
Y aunque me de la sensación de que ando de maravilla no es así sino
todo lo contrario.
De todos modos
todo consiste en no andar mucho cuando se vaya a consumir.
Y es que yo al
espíritu que proporciona el hachís no pienso renunciar por nada del
mundo.
Miento, si
renuncié. Porque la semana pasada le pedí a Paco que me consiguiese
un Globo de hachís, pero luego ante el temor de caer le dije que me
echaba atrás.
Me queda mi
colegas escritor Ernesto, con quien sin duda alguna más de un día
me intoxicaré.
Serenidad.
Risa floja.
Apetito.
Sociabilidad.
Sexo pausado y
sereno.
Vida marginal.
Colegas.
Conocimiento.
Negocio.
Este es el
maravilloso mundo del chocolate.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario