10 de julio de 2017

-Vendedor de pulseras-.

Yo era natural de Cabo Verde. Hablamos portugués. Así es que no tendría muchos problemas con el español. El viaje fue largo y peligroso. Patera y por fin España.
Yo llevaba la dirección de unos familiares.
Hubo peleas entre los inquilinos pero finalmente pude quedarme por 100 euros mensuales.
Era uno de los llamados piso patera en Sagrada Familia de la ciudad herculina.

Desayunamos poco y frío -no funcionaba el hornillo- y salimos a la calle.
Mis amigos llevaban una manta repleta de pulseras y Cds.

La actividad era casi nula. Vendimos diez pulseras y dos Cds.

En esto llegó un policía local, quien nos dijo que para la próxima nos quitaría la mercancía.

Entonces sucedió: Estaba buenísima y se acercó sonriente.
“¿A qué hora acabas?”, me preguntó.
“Vale, pues hoy cenamos juntos”, dijo.

Una cena que dio lugar a muchas otras. Hasta el día en que comencé a quedarme a dormir en su casa. Mis compatriotas lo comprendieron.
Yo había conseguido lo que muchos de ellos soñaban: Integrarme de la manera más satisfactoria.
Aún así continué trabajando hasta que Rosa me encontró otro empleo.

Era en una tienda de ropa. Yo ya había trabajado en una en cabo Verde, así es que no me resultó muy difícil. Además daba clases de español en Ecos do Sur.

“Chico espabila”, me dijo un compatriota que vendía conmigo.
Y es que yo me había quedado soñando despierto.

Y ni Rosa existía,
ni yo jamás me integraría con un bellezón.

Bastaba con tener algo parecido a un trabajo.

Esta noche además iríamos al locutorio, donde podría hablar con mi familia,
que soñaba ya conmigo conduciendo un cochazo y rodeado de bombones.

Pero cómo decirles que era todo un engaño.

Trabajaba muchísimas horas por una miseria.

Comía mucho peor que en casa -cómo echaba de menos la cachupa caboverdiana- y dormía con los pies de un compañero rozándome la nariz.

Pero prosperaría.

Esto era sólo temporal.

Y volvería a casa para casarme y darle a los padres una retahíla de nietos.
Trabajaría en la ciudad como ejecutivo y llevaría un cochazo.
                                                                                            Kiko Cabanillas.




























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