Me cogió ese mico e introdujo mi
cabeza en el sacapuntas.
Lo hizo girar y todo mi ser fue mutilado, especialmente mi cabeza.
Cuando ya creía haber muerto mi
espíritu alimentó una nueva cabeza,
y volví a la vida.
De nuevo dibujos. Otra vez
subrayados...
Era depositado en aquel cajón lleno de
colores, estuches y reglas.
Pero yo era el único que estaba vivo.
Con lo cual no tenía con quien hablar.
Y de nuevo jornada de trabajo. Más
mutilaciones.
Pero el fatal día llego.
Un lápiz joven y completo apareció
en el cajón.
Y cuando llegó la hora de trabajo
asumió mis obligaciones.
Al día siguiente yo también fui
asido. Pero para tirarme a la basura.
Del cubo al contenedor.
Y del contenedor al centro de recogida
de basuras.
Mi vida social se había acabado.
Tuertos, cojos, mutilados, apestosos
eran mis nuevos compañeros.
Pasé a una planta de reciclado y de
ahí a un nuevo lápiz, más barato.
“Se repetiría esta operación
eternamente o hasta que yo no fuese un despojo incapaz de más
recicles.
Entre tanto yo seguiría trabajando
como todo buen lápiz.
Y pronto alumbré la idea de crear una
asociación de lápices, para luchar por nuestra dignidad.
Soy tu lápiz.
Cuídame, que vivo para tí.
Pinta, subraya, sombrea.
Mutilame si deseas mi punta.
Pero por favor...
No te olvides de que tengo mi alma.
No estoy vivo, pero siento.
Y si acaso algún día te cansas de mi
regálame a un niño pobre, quien sin duda alguna sabrá darme más
vida.
Si me afilas hasta mi desaparición
tomaré otro cuerpo con mi alma.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario