Era la hora de comer. Y para ese día
tenía preparados en casa unos espaguetis al pesto formidables. Así
es que cerré la máquina y me dirigí al dúplex.
Por el camino iba recordando mi
relación con el arte de cocinar.
Mi principal influencia había sido mi
primo Enrique, quien nos preparaba a mi hermano Chemi y a mí unos
platos de pasta los fines de semana que pasábamos en Madrid huyendo
del internado Monfort de Loeches.
Luego, ya viviendo en Madrid comencé a
cocinar.
Hacía el mercado, lo cual me fascinaba
pues considero que es el lugar espiritualmente más vivo que existe
en las grandes urbes.
Mi libro de cabecera: “Las mil
recetas de Simone Ortega”.
En el que pronto empecé a añadir
creaciones propias.
Siempre influenciado por Kikón y por
mi madre, excelente cocinera.
Luego con el tiempo y ya trabajando
comencé a vivir sólo
y fue entonces cuando profundicé en
el arte culinario.
En casa siempre había sido tenido en
cuenta mi criterio en cuanto a comida se refiere.
Y centrado en la comida casera y
adquiriendo cada vez más conocimientos de cocina
Recuerdo sin ir más lejos el “As de
Oros”, de Valencia, donde descubrí con mis padres la Fideguá.
Asimismo, mi padre me enseñó a hacer
filloas.
Y mi madre el gazpacho, pues era
Malagueña.
"Rotilio" en Sanxenxo era un restaurante
tan maravilloso como caro.
Pero los que más comenzaron a gustarme
a mí fueron esos restaurantes caseros y económicos que mi
presupuesto podía permitirse.
En Santa Uxía de Ribeira, donde trabajé
casi dos años de periodista, la "Dorna" acaparó todo mi interés. Y
allí fue donde me aficioné al aguardiente blanca.
Asimismo, me encantaban las matanzas y
demás fiestas gastronómicas.
Entre otras las de "A Barcia", aldea de
mi amigo Fernándo, el Negro, donde asistí cautivado al proceso de
selección de morcillas y chorizos.
Pero por motivos económicos cada vez
cocinaba más en casa -la cuarta parte de presupuesto- y cada vez
mejor.
De entre todas las fiestas
gastronómicas me quedo con la de la "Lamprea de Arbo", donde
preparaban una lamprea seca que rozaba perfección.
También me aficioné al albariño,
que a pesar de su acidez es un vino que
marida muy bien
con la comida gallega.
Y de postre como no filloas, café de
pota y aguardente.
Kiko Cabanillas.
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